Normalmente, las costumbres, los idearios de una sociedad, evolucionan pausadamente. Durante décadas, notan los historiadores, las cosas se hacen prácticamente de la misma forma. Aunque a veces las mentalidades cambian abruptamente, en pocos meses las transformaciones son radicales y nada vuelve a ser como antes. Una ruptura súbita con el pasado es la que se vivió en San Juan en los prácticamente 30 meses que se emplearon para construir el Ejército de Los Andes, cruzar la cordillera y contribuir a restaurar la libertad en Chile. En este proceso, el convento de Santo Domingo cumplió un rol determinante.
En principio, el plan de San Martín preveía únicamente la formación de un regimiento de caballería, similar al que había creado con anterioridad y le había dado el triunfo en el combate de San Lorenzo, en febrero de 1813. Solamente con ese pequeño número de soldados pretendía cruzar la cordillera, llegar a Chile y posteriormente trasladarse al Perú, para dar el combate definitivo allí en el centro del poderío español. Con este propósito es que va a mover sus contactos políticos para hacerse nombrar Gobernador Intendente de las provincias de Cuyo, con jurisdicción en San Juan, Mendoza y San Luis.
Para agosto de 1814, cuando San Martín obtiene el cargo, la idea de tan sólo formar un escuadrón de jinetes es perfectamente concebible porque Chile era un país plenamente independiente desde septiembre de 1810. Ejercen influencia en su gobierno José Miguel Carrera junto con sus hermanos y Bernardo O’Higgins.
Pero este plan sufrió un duro traspié, cuando un poderoso ejército español, desembarcado en el Sur chileno, derrotó a los patriotas en la batalla de Rancagua. Esto ocurrió el 1 de octubre de 1814, tan sólo unas semanas después de que San Martín hubiese asumido el cargo de Gobernador Intendente de Cuyo.
O’Higgins y los hermanos Carrera lograron ponerse a salvo refugiándose en Mendoza. El golpe fue demoledor, el propio San Martín escribió:
Es en esta circunstancia cuando brilla el espíritu sanmartiniano pues, ante la zozobra de la derrota, responde con un nuevo plan, con una nueva estrategia. Es entonces cuando toma la decisión de construir un gran ejército, con el cual cruzar la cordillera y restaurar la independencia a lo largo y a lo ancho de Chile. Todo Cuyo va a responder que sí, y es entonces cuando el convento y los frailes dominicos sanjuaninos van a comenzar a cumplir un rol esencial.
En primer lugar, lo más importante: es imprescindible declarar la Independencia, pues una cosa es ir con un regimiento de caballería e integrarse al Estado chileno, y otra muy distinta ir a restaurar la independencia de Chile. Se debe ir a nombre de una entidad jurídica que no puede ser otra que el de un Estado soberano, que debe ser el nuestro. Es por esto que desde el ejercicio del gobierno cuyano San Martín se va a mostrar como uno de los más decididos impulsores del acto formal de declarar la Independencia.
Para ello se va a decidir convocar a un Congreso, a realizarse en la ciudad de Tucumán a fin de debatir el tema. Para el nombramiento de los congresales se va a elegir el método democrático de acuerdo con los criterios de la época. Son los vecinos de cada provincia los que elegirán los representantes. En el caso de San Juan, hay que elegir dos diputados, primero se elegirá uno y, meses después, el otro.
Para cumplir con este objetivo, José Ignacio de La Roza, Teniente Gobernador de San Juan, publicará un bando con fecha del 12 de junio de 1815, convocando al acto eleccionario. Podemos leer que:
Resultará electo Fray Justo Santa María de Oro, de la orden dominica, y uno de los intelectuales más lúcidos de la sociedad sanjuanina. Siendo muy joven había partido a Santiago de Chile a fin de realizar sus estudios sacerdotales. A los 20 años era profesor de Teología y a los 21 años recibió las órdenes sagradas e inmediatamente pasó a realizar vida de retiro y oración en el convento. Sarmiento escribió sobre él que "sus prendas de carácter, saber y costumbres, debían ser muy relevantes, puesto que los recoletos le pidieron a pocos años de incorporado en su orden por director vitalicio".
La elección fue de lo más oportuna, Fray Justo era el hombre ideal pues tiene la preparación adecuada para pensar y expresarse en consecuencia. Y eso es lo que precisamente se necesitaba en el congreso a realizarse en Tucumán, alguien que supiese debatir y convencer. El dominico tendrá un rol destacadísimo y defenderá el principio de que para determinar la forma de gobierno del país independiente previamente se debía consultar a los pueblos, lo que demuestra una vez más su firme espíritu democrático.
El Teniente Gobernador comunicará inmediatamente la elección a San Martín, y posteriormente el propio Fray Justo hará lo mismo. Al padre dominico se le otorgará una dieta anual de 1.000 pesos y para el mes de octubre de 1815, iniciará su viaje a Tucumán. Las sesiones del Congreso recién comenzarían en 1816 y es en el mes de julio de ese año que se declarará la independencia. El otro Diputado por San Juan fue Narciso Laprida, quien fue electo en comicios distintos al de fray Justo. También tuvo un rol destacadísimo pues fue Laprida quien presidió el Congreso el día que se formalizó la Independencia.
El Ejército
Queda otra tarea a realizar, construir el Ejército de los Andes. Y para ello la sociedad cuyana entrará en un periodo de estricta militarización. El 3 de julio de 1815, San Martín nombra como Comandante de Armas de la ciudad de San Juan al Teniente Coronel Juan Manuel Cabot, quien llegó a su nuevo destino el 6 de julio.
Tres días después es el propio San Martín quien visita por segunda vez a los sanjuaninos. Llegó el 9 de julio de 1815 a la noche, alojándose en el convento de Santo Domingo. No viene solo, lo acompañan dos delegados de su más intima confianza, un ordenanza y tres sirvientes. En total son siete personas las que reciben alojamiento. Habiendo pasado menos de un mes de la elección como diputado de fray Justo, se tiene el honor de recibir al Comandante en Jefe. El objetivo principal del viaje es poner en marcha la construcción del gran ejército que deberá marchar a Chile, para lo cual es esencial contar con el apoyo de la población. Al día siguiente de su arribo, San Martín visitó la maestranza que había instalado el Teniente Gobernador José Ignacio de La Roza.
La maestranza es el lugar donde se comenzaba a elaborar los artículos de cuero y tela que necesitarían los futuros soldados. El historiador Augusto Landa señala que "más de doscientas señoras y cuatrocientos ciudadanos acompañaban en aquella visita a San Martín, que quedó admirado de los trabajos que se efectuaban, manifestando que venía de Mendoza, en donde se demostraba el patriotismo del pueblo por la próxima expedición a Chile y que había encontrado en San Juan el mismo entusiasmo y decisión, lo que le llenaba el alma de satisfacción y abrazó entusiasmado a Cabrera y a Grande".
El 13 de julio, San Martín partió de la ciudad en dirección del valle de Barreal para realizar un viaje de reconocimiento, luego pasaría a Uspallata y desde allí regresaría a Mendoza, donde estaba el cuartel general del ejército naciente, en el campamento del Plumerillo.
En cambio, Juan de la Cruz Vargas, quien era uno de sus acompañantes, permanecerá alojado en el convento hasta el 28 de julio. Muchos de los detalles de la presencia de los siete huéspedes en el convento los conocemos porque Fray Eduardo Castro, quien era la persona que tenía a su cargo el libro de gastos, registró un aumento de los mismos debido a la estadía de los viajeros. El documento es muy valioso porque nos informa sobre las comidas que se consumían y las "comodidades" que se podía brindar.
El 9 de julio hubo que comprar más pan, carne y grasa, además de papas y cebollas,
Finalmente con una rectitud increíble, fray Eduardo Castro señala que a lo largo de ese mes de julio de 1815, se ha gastado en total para el consumo de todos los que vivían en el convento, ciento veinte y ocho pesos un real y medio, además de advertir
Las consecuencias de la presencia de San Martín en San Juan son numerosas, el 12 de julio el Teniente Gobernador José Ignacio de La Roza publica un bando en seis artículos ordenando el alistamiento de todos los ciudadanos libres, desde la edad de quince hasta cuarenta y cinco años. Los ciudadanos comprendidos en los doce distritos de la ciudad debían formar un batallón de infantería y una compañía de artillería, destinándose al arma de caballería los habitantes de la campaña.
El 14 de julio de 1815, un día después que San Martín ha partido rumbo a la cordillera, los patriotas pueden contar con la estructura del convento de los agustinos (ocupaba la manzana comprendida por las actuales calles Entre Ríos, Mitre, Sarmiento y Rivadavia) para dar entrenamiento a los futuros soldados. El Teniente Coronel Juan Manuel Cabot instruirá allí a 520 sanjuaninos que formarán el Batallón Número 1 Cazadores de Los Andes. Sus integrantes cruzarán la cordillera por el camino de los Patos y se cubrirán de gloria en la batalla de Chacabuco.
Los reclutas negros
Casi un año después de la visita sanmartiniana, lo esencial del Ejército de Los Andes estaba construido pero seguía faltando soldados. Los llamados a la conscripción han agotado la suma de las clases disponibles. Sólo quedan los esclavos, es entonces cuando San Martín toma la decisión de comprarlos a sus amos, luego darles la libertad y, en tanto que hombres libres, incorporarlos al ejército y marchar todos a Chile.
El plan se concreta en todo Cuyo, y en San Juan habrá 233 nuevos reclutas de origen africano, muy dispuestos a recibir instrucción militar. Hace falta un nuevo cuartel, entonces el Teniente Gobernador José Ignacio de La Roza escribe al titular de la orden dominica:
Esto no significa que se interrumpa la actividad claustral. La tarea de orar por la salvación de los hombres se va a continuar sin interrupciones. Pero ahora se hará en casas particulares. En algunos casos en los propios domicilios de los frailes, hasta que vuelva la normalidad y los conventos-cuarteles vuelvan a ser conventos.
Sin embargo, las facilidades edilicias no son la principal contribución de los dominicos. Lo más importante fue que al aceptar que se instruyese allí a los hombres de origen africano, se adoptaba un firme compromiso con la libertad de los mismos. Esto es un paso extraordinario porque, en la mentalidad de la época, los esclavos lo son porque se considera que eran seres inferiores, incapaces de tener una conducta autónoma, siempre debían estar bajo la tutela de alguien.
San Martín y la mayoría de los patriotas no piensan de esta manera, todo lo contrario, creen que un hombre vale sólo por sus méritos y actitudes y que el color de la piel no significa nada. Es por eso que no dudaron de hacer de ellos soldados, y los más capaces ascendieron a cabos, a sargentos y también al rango de oficiales.
El convento entonces no sólo franqueó sus puertas para instruirlos militarmente, también abrió sus puertas para que fueran libres, iguales que cualquiera.
Han pasado casi 200 años de estas jornadas y el convento todavía está allí para continuar colaborando en la construcción de una patria y una provincia mejor.