La octava edición de la gesta sanmartiniana significó retos y crecimiento para cada uno de los expedicionarios. Lo vivido impactó de manera diferente en cada uno de los asistentes, pero el común denominador fue haber logrado sumar experiencia aplicable en la vida cotidiana.

Transitar hoy el mismo camino que utilizó el libertador de América José de San Martín para cruzar a Chile y liberarlo, hace 200 años atrás, genera una catarata de sensaciones para quien experimenta el reto. Si reto, por que no puede utilizarse otra palabra ya que todos los sentidos y la humanidad a pleno de cada uno de los expedicionarios se pusieron a prueba como, tal vez y en algunos casos, nunca antes fuera experimentada por estas personas.

Anécdotas, relatos, historias y consejos son parte de la previa que viven los expedicionarios días antes de emprender la travesía. Las charlas se intensifican a medida que el tiempo de descuento se agota y la experiencia de aquellos que han realizado el cruce anteriormente, es requerida incansablemente por la catarata de dudas que los nuevos jinetes tienen. Lo cierto es que más no se puede preguntar sin enfrentar la experiencia, por lo que la ansiedad comienza a calmarse en el mismo momento que suben en las camionetas que llevan el grupo a Barreal.

Pasadas las 18, se arriba a la localidad calingastina y como parte de una cábala ineludible, toda la comitiva hace su primera parada en la estación de servicio para brindar y pedir por un cruce sin problemas. Luego es el momento de la charla histórica, en las instalaciones de Gendarmería Nacional, donde se dan las herramientas que permiten ingresar en ambiente y tomar dimensión de la gesta sanmartiniana. Tras 30 minutos de charla, el momento de la cena llega y el primer asado del cruce aparece en escena. Finalizada la comida, los pabellones donde los gendarmes descansan fueron invadidos y la ocupación alcanzó el lleno total. Las cuchetas soportaron el peso de los expedicionarios, quienes descansaron por última vez sobre una cama y bajo un confortable techo.

Luego de acto formal en la Plaza de Armas de Gendarmería, los 150 expedicionarios suben en las camionetas y emprenden camino hasta la Estancia Manantiales, previa parada en Álvarez Condarco, donde se sube hasta el mirador reeditando la escena que aparece en el viejo billete de 1.000 pesos argentinos. Una hora más tarde se arriba al paraíso verde de Manantiales y comienza la travesía con todas las letras.

Al poco andar en caballo o mula, los animales hacen sentir quién es el que manda en la cordillera y las primeras caídas suceden. Ese periodo de adaptación entre hombre y animal demandará varios días, pero en el comienzo las mulas sacan ventaja. Tras cuatro horas de cabalgata se arriba al primer refugio que aparece en el camino, Trincheras del Soler o comúnmente denominado por los baqueanos "Las Frías". No hace falta ser creativo para darse cuenta porque el nombre no formal, ya que inmediatamente ocultado el sol no hay equipo que evite sufrir las bajas temperaturas y el viento que en el lugar impera.

La primer noche en el campo es dura, ya que la persona que no está acostumbrada o no hizo la preparación psicológica previa, sufre y mucho, debiendo luchar contra el insomnio principalmente.

Comenzado el segundo día, se sabe que la jornada será intensa demandando algo más de 10 horas a lomo de mula y debiendo enfrentar el peligroso "Espinasito". En esta etapa es donde los miedos y serias dudas del por qué tal o cual persona aceptó enfrentar el desafío, aparecen sin compasión.

El miedo de enfrentar un acantilado con profundidades que fluctúan entre los 400 y 800 metros, donde hasta la propia mula piensa dos veces antes de dar un paso, lleva a cada una de las personas ha reflexionar sobre una gran cantidad de situaciones, sintetizando su vida en una ráfaga de imágenes. Quizás sea esa reflexión la que proporciona las fuerzas suficientes, brindando la claridad necesaria para superar el momento, sin caer en el principal riesgo que aparece cuando el miedo se apodera del hombre. El miedo paraliza, siendo el primer mecanismo de defensa que el ser humano activa frente a determinadas situaciones. Lo cierto es que en medio de la cordillera uno no puede quedarse petrificado, no hay la más mínima chance de poder caer en ese estado, siendo el instinto de supervivencia el que se impone permitiendo mágicamente superar la situación.

Ese día, extremadamente largo, llega a su fin pasadas las 19 cuando las mínimas comodidades y el descanso bien ganado que proporciona haber alcanzado el refugio Sardina, trae la calma a los expedicionarios. Cena con un alto grado de calorías y la posterior guitarreada, el aliento y las ganas de los expedicionarios vuelve.

La jornada siguiente es libre, por lo cual cada uno destina el tiempo que cree necesario a diferentes actividades que pueden realizarse en la zona. Pesca de truchas, caminatas, juegos de cartas, fotografías fueron algunas de las acciones llevadas a cabo por los más de 150 expedicionarios.

El domingo 11 de febrero, es el día más importante ya que toda la delegación viaja cuatro horas en lomo de mula hasta el límite internacional para participar del emotivo acto binacional con la comitiva chilena. Pasadas las 12,30, la formación argentina irrumpe a toda velocidad las inmediaciones de la línea imaginaria que establece la divisoria de aguas y la emoción se apodera de todos los seres que alcanzaron esta etapa. El momento de los himnos es el disparador para las lágrimas y la voz quebrada, ya que hasta el más valiente siente el nudo en la garganta al ver un mar de banderas celestes y blancas, fundidas con las rojas, azules y blancas de Chile, flameando bien en lo alto con el "Oh juremos con gloria morir…" de fondo.

El momento más intenso y emotivo pasa y tras cuatro horas más de cabalgata y haber soportado intensos vientos que desplazaban toneladas de tierra, se vuelve Sardinas. Los expedicionarios preparan todo para que a primera hora del día, puedan comenzar con el camino de regreso a la civilización. Esa misma tarde el gobernador Gioja, el embajador de Chile Adolfo Zaldívar y sus hijos; y Julián Weich con su hijo regresan a la ciudad en helicóptero.

Al día siguiente todo expedicionario sabe que viene la parte mas dura del viaje, enfrentar la quebrada de La Honda. Si bien se acorta el camino la complejidad del tramo hace que los nervios estén templados o de lo contrario pasen grandes facturas a quienes no tomaron las precauciones del caso previamente. Subidas de agudas pendientes son el común denominador, siguiendo una huella que no tiene más de 15 centímetros, es el paisaje monótono por más de tres horas para los expedicionarios. Habiendo alcanzado la cima, un frente de tormenta toma a la comitiva y comienza a castigar. Garrotillo y lluvia se hacen presentes hasta el refugio Las Frías, complicando aún mas el paso de los animales. Finalmente todos llegan bien al destino diario y se mueven rápido para alcanzar el jarro con té o yerbeado caliente, que permita recuperar el aliento.

Todos esa noche intentan dormir, no porque las ganas de cantar se hayan terminado, sino porque el cansancio físico es superior a cualquier otro sentimiento.

Al día siguiente los ánimos están muy altos, sabiendo que el final está cerca por lo que la comitiva parte pasadas las 9 de la mañana. Sin ningún problema se alcanzan los últimos mil metros previos a la estancia Los Manantiales, se da la orden de respetar la formación y con la marcha de San Lorenzo interpretada por un soldado del Ejército de fondo, los expedicionarios alcanzan la tan ansiada llegada. Todos, absolutamente todos expresando el placer de haber alcanzado el final del Cruce de los Andes, estallan en aplausos y gritos de felicidad. La reedición de la gesta llegó a su fin.

Poder hacer el cruce de los Andes por la cordillera sanjuanina tiene un enorme valor en lo personal, porque para poder enfrentar el reto se debe sacar lo mejor de cada uno. San Martín, sus soldados y sus oficiales lo lograron porque pusieron absolutamente todo y en esa frase se encuentra la enseñanza personal que arroja el desafío cumplido. Cuando la vida imponga nuevos desafíos a cada uno de los que realizaron la reedición de la epopeya libertadora, sabrán que la única forma de poder superarlos será sacando lo mejor de uno, contando con la solidaridad del prójimo, enfrentando los miedos, teniendo esperanzas en el futuro y sin claudicar en ningún momento podrán ser superados, como lo hicieron San Martín y su ejército.

En imágenes los momentos del cruce