La Iglesia Católica hace parte de las raíces de la sociedad sanjuanina, no sólo porque la gran mayoría de la población se identifica con sus postulados, sino también porque es la institución que creyó desde el primer momento que en estas tierras podía desarrollarse una urbe importante. Algo que se tradujo en hechos con figuras esenciales en la historia local, como Fray Justo Santa María de Oro.
El objetivo esencial de los primeros pobladores de la provincia era el reparto de indios huarpes, cada vecino español tuvo derecho a que se le encomendasen varios de ellos. Su número dependía de la jerarquía y de los servicios al rey que cada uno hubiese prestado. Los indios encomendados en la práctica pasaban a ser esclavos del encomendero, quien podía hacerlos trabajar en su propio beneficio. Pero el interés radicaba en trasladar esta mano de obra mansa y gratuita a Chile, a fin de consolidar las fincas y otras propiedades que los españoles tenían del otro lado de la cordillera. Miles de huarpes fueron trasladados, los de Mendoza a trabajar en Santiago, los de San Juan a Coquimbo y La Serena. De allí la inmensa mayoría no volvió siendo esta una de las principales razones de la extinción de los huarpes en pocas décadas.
Obtenida su cuota de indios los vecinos generalmente también partían, dejando en la joven ciudad un escudero, es decir alguien que los representaba y que técnicamente permitía mantener la "legalidad" de la encomienda. Agotados los indios, probablemente San Juan hubiese caído en una gran decadencia y le hubiese sido muy difícil sobrevivir.
La Iglesia pensó de una manera diferente, siempre creyó que en estas tierras podría organizarse una economía poderosa capaz de sustentar un grupo poblacional importante. Desde el primer momento puso manos a la obra a través de las órdenes religiosas. Fundamentalmente dominicos, agustinos y jesuitas organizaron chacras y estancias que constituyeron espacios económicos, que entraron en relaciones de intercambio con otras unidades económicas que jesuitas y dominicos poseían en Córdoba, Chile o el Paraguay. Durante las primeras décadas fueron las órdenes religiosas las que organizaron la economía, luego se sumaron vecinos y pobladores, que ya habían nacido en esta tierra, eran sanjuaninos.
Ese fue el rol de la Iglesia, ser la primera en creer firmemente que esto era posible, al margen del traslado de los indios. Y precisamente Fray Justo Santa María de Oro es uno de los principales hombres que ha dado la Iglesia Católica sanjuanina.
Nació en San Juan el 3 de setiembre de 1772. Además de sus méritos intelectuales, Justo fue un encendido patriota, y puso todos sus contactos dominicos al servicio de la Independencia, por lo que un conglomerado de conventos, chacras y estancias fue de utilidad para los independentistas en el conjunto de la región de Cuyo.
Estuvo permanentemente en San Juan, colaborando en todo cuando se construyó el Ejército de los Andes, y va a ser elegido por sus comprovincianos para representarlos en el Congreso de Tucumán que en 1816 declaró la Independencia del país. Fue notable el desempeño del fraile en los debates, él fue quien defendió la idea de que el nuevo país debía organizarse en forma de República. Y además sostuvo que para "proceder a declarar la forma de gobierno era preciso previamente consultar a los pueblos". Fue ante todo un verdadero demócrata.
Derrotados los españoles y consolidada la independencia, Justo va a instalarse en Chile, donde la relación con las autoridades fue diversa, recibió premios y castigos.
Regresó a San Juan en 1828 y poco tiempo después fue designado el primer obispo de Cuyo. No sólo es un reconocimiento eclesiástico, es también un gesto político del estado pontificio al nuevo Estado ya independiente que había entrado en la etapa de las guerras civiles. Un reflejo de esta situación la tenemos en que Castro Barros, el capitular de la Catedral de Córdoba, desconoció la bula pontificia que creaba el nuevo obispado y se produjo una serie de incidentes burocráticos.
A Fray Justo Santa María de Oro se lo recuerda en muchos aspectos, uno de los más notables es que un departamento de la provincia del Chaco lleva su nombre. Está en el límite con la provincia de Santa Fe, la ciudad cabecera se llama Santa Sylvina y lo habitan un poco más de 10.000 personas.