Las décadas del "20 y del "30 fueron, según el relato de los memoriosos, la época del esplendor de los carnavales sanjuaninos, en muchos sentidos. Eran los años en que el corso era un espectáculo para ver en familia y los bailes, la oportunidad para las señoritas de conocer a algún buen partido con miras a un futuro noviazgo. Claro que los buenos partidos no iban a bailar a cualquier lado: aunque se organizaban bailes en casi todos los barrios, lo más selecto de la sociedad sanjuanina elegía sólo aquellos lugares más distinguidos. Uno de ellos era el Club Sirio Libanés, que ya antes del terremoto de 1944 ocupaba el mismo predio donde se encuentra hoy en día. Después, durante los años "60 y "70, vino otra época de oro para el carnaval en el Sirio, que muchos nostálgicos recuerdan todavía hoy.
Omar tiene casi 70 años y vivió los segundos años dorados de la Libanesa (como se le llamaba entonces), pero prefiere recordar que en su familia de ascendencia siria, siempre se hablaba de los bailes del año "30. "Mi madre me contó -dijo- que ella y sus hermanas se preparaban desde muchos días antes para los bailes de carnaval. Ellas mismas cosían los disfraces y hacían los antifaces con papel maché. Y eso sí, nunca iban al baile solas: siempre las acompañaba su madre y una tía, que se quedaban hasta el final de la fiesta. Lo lindo era que no solamente iban chicas y muchachos de la colectividad, sino de otras procedencias, pero siempre de buenas familias".
El relato también acerca datos sobre la música que se podía escuchar durante el baile. "Las orquestas tocaban de todo, mucha música española y el bayon, que era muy popular. A veces, hacían doblete: tocaban parte de la noche en la Casa España, que era el otro lugar donde había bailes de nivel, y se venía a la Libanesa. O al revés, la cuestión es que los músicos se la pasaban yendo de un salón al otro, con los instrumentos y por la calle", recordó Omar. Como los bailes por lo general duraban hasta la madrugada, se usaba que las niñas volvieran a su casa en coche y los muchachos, caminando. Muchas veces, esas largas caminatas terminaban en alguna confitería o chocolatería de la época, donde reponían fuerzas antes de irse a dormir.
Por supuesto, en esos bailes no se debía chayar. "La gente se vestía muy bien, con elegancia. El ritual era ir primero al corso y después al baile, que empezaba a eso de las 12 de la noche. Y según me contaba mi madre, había mucho respeto, porque todas las familias se conocían y a nadie se le ocurría hacerse el loquito", contó Omar.
La fama de los bailes en el Club Sirio Libanés fue tanta que año tras año, crecía la concurrencia y había que habilitar más salones para que la gente pudiera bailar cómoda. En los costados se colocaban las mesas y las sillas, para que las chaperonas (madres y tías que vigilaban que nada se saliera de sus carriles) pudieran controlar con comodidad. "Así, a la distancia, yo creo que a la gente le gustaba ir a bailar a la Libanesa porque era como hacerlo en un palacio de Oriente. Yo era un niño, pero todavía me acuerdo cuando mis tías hablaban de lo que se sentía al caminar por el salón de las columnas, o entrar por esas arcadas. Eran como princesas yendo a buscar a su príncipe", se emocionó Omar.
Con los años y la aparición de nuevos escenarios en la vida social de los sanjuaninos, los carnavales del Club Sirio Libanés dejaron de realizarse, pero el edificio sigue conservando el perfil señorial y casi mágico del siglo pasado.