Ellos y su cuerpo técnico saben lo mucho que debieron lidiar para entrenar con lo mínimo indispensable. En los primeros días faltaba todo. No había agua y pedir una moto era una utopía. La necesidad los hizo crecer como equipo. Se fortalecieron en la adversidad y a medida que se acercaba el torneo y aparecían, como por arte de magia, los elementos para trabajar como se debe, empezaron a dar forma a su ilusión.
A los contratiempos iniciales se sumaba la escasa cantidad de días en el calendario para prepararse sin dejar nada librado al azar. En las fechas de la pista se iba formateando el disco duro de un conjunto que trataría, con menos armas, que en años anteriores, ganar el medallero. La Copa Emanuel Saldaño pasó a ser una obsesión en cada uno de ellos.
El festejo de ayer, cuando el Sol empezaba a despedirse, fue un desahogo para todos. Los aplausos retumbaron en el predio donde está enclavado el velódromo como respuesta a la contagiosa alegría de un grupo de hombres y mujeres que luego de haber conseguido la meta propuesta daba rienda suelta a su emoción contenida durante tres días apasionantes.
