Miembros de distintos cultos rezan junto a los vecinos por la noche con el fin de "alejar al fantasma".

Las cálidas noches de verano sanjuaninas se transformaron en un calvario para los vecinos de la Villa Don Arturo, de Santa Lucía, allá por enero de 1998. Desde hacía varios días, por distintos relatos en primera persona sobre hechos fuera de lo normal, todos empezaban a hablar por lo bajo de “El fantasma”. Pero fue la madrugada del 27 de ese mes la que cambió por completo la rutina de esos vecinos: provocó desvelos, desconcierto y un miedo que rápidamente ganó las calles, en medio de la confusión de la Policía.

Todo comenzó ese día cuando empezaba a anochecer. Los vecinos de la calle Alfonsina Storni sacaron sus sillas a las veredas y se acomodaron en la puerta de sus casas en alerta, esperando la llegada de la noche. Es que, durante la noche anterior, la villa se había transformado en escenario de situaciones confusas, gritos y el sentimiento de una presencia extraña que había percibido más de una familia.

La gente que vivía en el barrio, pasaba la noche en la vereda, atenta a lo que pudiera suceder.

La gente hablaba sobre sonidos extraños en los techos, movimiento repentino de las hojas de los árboles, bultos y sombras e incluso humaredas con olor a azufre. Quienes aseguraron haber visto al extraño ser, lo describían como un hombre grande, que siempre se escondía en la sombra. Tenía vincha, pelo largo y aparecía y desaparecía como por arte de magia.

Movilizados, ese atardecer, niños y adultos se reunieron a mitad de la cuadra a rezar con el objetivo de pedir la paz en cada hogar. Sin embargo, de un momento a otro, todo se descontroló. Una mujer se desvaneció y cayó al suelo en medio de la gente. La situación puso los pelos de punta a todos que, en un intento desesperado por retomar la calma, llamaron a la policía.

Personal de la Comisaría 5ta acompañó a los vecinos e intentó develar el misterio.

Las sirenas comenzaron a oírse a los pocos minutos, incluso el entonces comisario de la seccional 5ta, Jesús Alberto Rivero, llegó al lugar para tratar de entender la situación y constatar el relato de la gente. Seguros de que todo aquello era producto de una persona que quería molestar y de la sugestión de la gente, 15 uniformados se acercaron armados con itakas y su arma reglamentaria, con un primer objetivo claro: pedir a la gente que mantuviera tranquilidad.

Sin embargo, alrededor de las 23, todo volvió a transformarse en caos y el temor regresó. Dos jóvenes llegaron a bordo de una moto para avisar que “el fantasma” se había manifestado nuevamente.

A dos cuadras de la multitud, Elsa Silva caminaba desde el patio al interior de su casa y en ese momento, según relató, fue atacada. El grupo, policías incluidos, corrieron a la vivienda. Al llegar encontraron a la mujer inmóvil, pálida y con unas extrañas marcas en su pecho. De inmediato relató que se había enfrentado al misterioso hombre, había logrado zafar y que él había huido.

Elsa Silva muestra a sus vecinos las marcas que, según relató, fueron provocadas por el extraño hombre.

En paralelo, a una cuadra de allí, en casa de la familia Rodríguez, ruidos extraños en el patio y piedras arrojadas al techo generaban terror. Tras el pedido de auxilio, la Policía revisó cada rincón pero no halló rastros ni marcas que explicaron los extraños hechos.

El Sol comenzó a asomarse nuevamente entre el estupor de algunos y el descreimiento de otros. Algunas personas pensaban que todo era generado por alguien que aprovechaba su viveza para asustar a la gente. Otras, especulaban sobre diversos fenómenos paranormales: se habló de un fantasma, de magia negra, de un alma que vivía penando y hasta del mismísimo demonio. En lo que sí coincidías todos, creyentes o no, era en que tomar recaudos tras el atardecer era la mejor de las opciones.

Las familias pasaban gran parte de la noche en el exterior, para evitar episodios fuera de lo normal.

Los fenómenos extraños se registraron durante tres noches seguidas, según los vecinos. Después, repentinamente cesaron. Todas fueron noches largas, en las que parte de los vecinos se reunían en grupo en las veredas, armados con escobas, palos o lo que tuvieran a mano; mientras otros oraban bajo la gruta de la imagen de Nuestra Señora de Andacollo de la plaza, a la luz de las sirenas de la policía que parpadeaban a su alrededor.

Los hombres del barrio montaban guardias para proteger a sus familias.

A la vez, las calles de la zona se transformaron en un “atractivo turístico”. El caso generó tantas versiones y misterio que la gente llegaba desde otros puntos del Gran San Juan para ver si podía observar algo y sacar sus conclusiones.

Y, como era de esperarse, también arribaron personas con el afán de “ayudar”. Distintos representantes de diversos cultos, incluso del espiritismo, se acercaron para analizar el caso y aportar alguna posible situación.

Uno de esos grupos pertenecía a una iglesia evangélica. Eran unas 30 personas las que saludaron y bendijeron a los vecinos mientras rezaban oraciones. Después armaron una ronda en la plaza para cantar y vivar a Dios pidiendo paz en la zona.

Integrantes de un grupo de la iglesia evangélica se acercaron a ayudar a los vecinos.

Al mismo tiempo llegó la vidente Sonia Fanton, quien pidió tranquilidad a la comunidad. “Tienen mucho miedo y todos están sugestionados”, afirmó. Por su parte, un miembro de la religión umbanda se comunicó con algunas familias para ofrecer su colaboración. Y un mago las visitó y aseguró que los hechos estaban relacionados a la magia negra.

Atinados o no, todos parecieron colaborar de alguna forma. Mientras se sumaban uno a uno los días sin novedades sobre “el fantasma”, el lugar recobró la calma, los vecinos volvieron a dormir y los foráneos se alejaron. Claro, quedó el misterio: nunca se supo qué fue lo que pasó realmente en aquel barrio santaluceño.