Ni bien el Sol se ocultó por completo entre las sierras vallistas y la olla de chocolate caliente quedó vacía, la enorme pila de ramas y palmas secas comenzó a arder. El fuego empezó por los costados pero no tardó en alcanzar la parte más alta del montículo. En pocos segundos entró en combustión el muñeco que simbolizaba al diablo y todo lo malo por lo que pasó el pueblo. Fue cuando la gente empezó a aplaudir, los niños armaron una ronda y un grupo de jóvenes bailó una zamba rodeando la fogata. A un costado estaba la imagen de San Pedro, como observando el espectáculo único. Fue porque la celebración de los 100 años de la llegada de este santo a Astica sirvió para reunir a todos los pobladores, una situación que no es frecuente en el lugar.

Esto sucedió durante la noche de San Pedro y San Pablo, el martes pasado. Y no hubo diferencia entre los habitantes del alto ni del bajo. Desde muy temprano las mulas empezaron a bajar de las sierras trayendo a los habitantes de los puestos. Los de las Sierras de Chávez, de Elizondo, de Riveros. No faltó nadie. No hubo distancia ni cualquier otra excusa que evitara que todos los pobladores de la localidad vallista llegaran para festejar el cumpleaños del patrono, que para ellos es un habitante más.

El descampado que está sobre la ruta 510 se transformó en un predio lleno de colores, como sucede en los cumpleaños que se celebran en las zonas rurales. Guirnaldas y globos, una mesa larga, una torta de varios kilos y un escenario que armaron los mismos vecinos. Bajo un alero, un grupo de mujeres se pasó toda la tarde y noche haciendo sopaipillas y empanadas fritas que repartieron entre la gente. Es que a San Pedro se lo agasaja con comida, dijeron.

Fue como celebrar el cumpleaños del poblador más famoso y más antiguo del pueblo. Primero llegaron los chicos vestidos con sus mejores ropas. Chocolate, torta, caramelos y muchos regalos fue la previa de un festejo que duró hasta la madrugada. El frío no se sintió, ya que la fogata, además de servir para quemar todo lo malo que vivió el pueblo, dio calor durante varias horas. El baile alrededor de las sillas, la búsqueda del tesoro y hacer contorsiones de todo tipo para atrapar un par de caramelos que volaban por el cielo. Zambullir el rostro en un plato de harina para encontrar un anillo perdido o bailar al ritmo de una cueca o una ranchera mexicana. El festejo fue para todos. Para los más chicos, que no se cansaron de jugar. Y para los más grandes, que pudieron degustar mate cocido con cedrón chileno.

Primero vinieron los rezos y una pequeña procesión improvisada alrededor de la plaza y por los oscuros callejones del pueblo. Después la música, las empanadas y la carne al jugo hicieron que durante una noche todo un pueblo olvidara los azotes de las sequías, de las inundaciones, de la dureza de vivir sierra adentro y no tener más vehículo que los propios pies o una mula para conectarse con la civilización, por la dificultad de la geografía. Se olvidaron por una noche de estar aislados porque ni siquiera pueden ver el Mundial de Fútbol ni tienen señal de celular. Esa noche junto con las llamas que ardieron al pie de las sierras dejaron todo lo malo, para poder festejar el cumpleaños de su patrono San Pedro.