El 6 de Aleluya estaba sentado en la cancha de fútbol con el pasto todavía deambulando a su alrededor por el arrastrón. Con los pies extendidos, los tapones brillantes, sus palmas hacia arriba y con cara de "no lo toqué", le reclamaba al árbitro que no cobrara la evidente falta mientras su víctima se sobaba. Esta postal de cualquier partido de cualquier barrio se vivió en el torneo de la Primera Liga de Fútbol Especial, que arrancó el viernes pasado. Los encuentros se realizan en el camping del Sindicato Empleados de Comercio, en Rawson. Pero se viven en la cancha, con los ceños fruncidos, los gritos y los abrazos de gol.
Con una práctica de penales y un trotecito comenzaba el precalentamiento que estos jugadores de 7 escuelas de educación especial de San Juan realizaban a un costado de las canchas. Como en cualquier barrio, uno acomodaba la pelota en el punto y otro la pateaba ganándole el turno. Pero en este caso, en el grito de gol, de ambos lados festejaban la vez.
"Vos entrá y marcá", le decía el técnico de Abuela Sauce a un suplente. Casi al mismo tiempo, con su mano en la nuca del jugador, le decía "a ese, a ese", señalando con su índice al 9 de Crucero ARA General Belgrano, que festejaba mirando al cielo el tercer gol de su equipo que ya sacaba tres de diferencia.
Los que estaban en la cancha escondían la lengua de cansancio y empezaban otro pique, trababan, ganaban la pelota, se les iba lejos o volaban por el aire porque el otro había puesto el pie más firme, pero se paraban de inmediato. No había tiempo para frotarse la canilla, corrían tras el que les llevaba la pelota. Y muchas veces la quitaban pateando el balón o, en el mejor de los casos, abajo de la rodilla.
El ruido de huesos casi siempre iba seguido por un "fue sin querer". Y ningún muchacho tomaba venganza con sus manos. Sin embargo, a los minutos la frase se escuchaba de nuevo, pero de los que habían recibido el primer golpe.
El pitazo final de un tiempo a veces no tenía sentido porque los chicos seguían jugando unos momentos y no aflojaban. Las quejas al árbitro inmutable, los reproches a sus compañeros y el pedido para que se apuraran los rivales no cambiaban.
De vez en cuando una champa de césped salía volando y daba vueltas por la cancha. En ese momento el jugador, todavía con el pie en el aire, giraba para buscar la pelota y perseguir al ladrón que se la robaba y se escapaba hacia el arco. La revolcada del arquero a veces alcanzaba y otras no, y sólo le dejaba el gusto amargo a pasto y tierra en la boca.
Sin embargo, el fervor no sólo estuvo en el cuadrilátero. El día inaugural, antes de comenzar el torneo, todos los jugadores en la formación cantaron el Himno Nacional y muchos lo hicieron con la mano derecha en el pecho, como en un encuentro por el Mundial.

