"¡Maestro, mi pibe me pidió un autógrafo suyo y si se puede, la camiseta!". No alcanzó a escuchar respuesta, sí le llegó nítido el grito del capitán de su equipo. "Negro, tomalo al nueve que es tu marca". Ahí estaba el Negro defendiendo un córner en su área, su lugar en el mundo, integrante habitual de un equipo provinciano del fútbol de ascenso, profesional al fin, más atento a la marca del nueve que al destino de la pelota, ocho mil personas gritando por ellos. Pero el hombre no se puede separar del pedido de su hijo, en el equipo rival juega el gran ídolo del niño, aquel futbolista de tan grandiosa trayectoria, vueltas olímpicas, copas Libertadores, mundiales, triunfante en Europa y aquí, venido a menos ahora, pero intacta la gambeta o por lo menos la intención. El centro desde la derecha se hace esperar, el Negro se acuerda cuando viajó a Buenos Aires con su pibe para verlo al ídolo en una semifinal, y la felicidad del nene el día que le regaló la camiseta de los queridos colores con el nombre impreso de él en la espalda, de las más de treinta láminas que el jovencito atesora en su habitación.
El Negro también lo tiene entre sus preferidos, pero tanta cancha, tantos juegos, tantas luchas, tantas decepciones le han quitado la inocencia. Le retumba la candidez del pibe cuando se fue a despedir porque iba camino a la concentración: "Papi no te olvides, un autógrafo y la camiseta". Por fin el árbitro separa algunas parejitas enojadas y ordena que se juegue, todo está en orden, nadie en el área chica, el arquero es dueño de la misma, el tres en el primer palo, cada uno con su marca, sobra el once de los nuestros para despejar de cabeza. "¡La cámara de fotos! ¿Cómo no la traje?". El Negro se mueve al compás de su nueve pero se reprocha ese detalle, lo palpa con la mano al goleador de ellos, no lo mira, pero no lo deja ir. Lo de la camiseta va a estar difícil, todos la querrán, incluso dicen que el arquero suplente, ya el día anterior, hizo una llamadita a la concentración rival con ese objetivo, piensa en lo triste que se va a sentir el pibe si él llega sin ningún trofeo del ídolo, el tema es que nada le contestó cuando le hizo el pedido. No importa, esto recién empieza y ya habrá otros parates en el partido para poder insistir.
Va a venir el córner, pedirle el pantalón o los botines no estaría mal, todos hacen un par de pasos hacia el lugar desde donde va a venir la pelota. "¿Y si le pido el número de celular y lo hago hablar con el pibe?". Respiración profunda, toquecito del hombro contra la espalda para desacomodar, pero el ejecutor sorprende tirando un buscapiés, nadie rechaza, la pelota cruza todo el área, por detrás aparece el ídolo que es petizo, la alcanza a tocar es verdad, pero le pifia al arco, el Negro desatiende al nueve, se da vuelta y justo la pelota caprichosa da en su muslo izquierdo y se mete mansa en un rincón del arco. Dicen que en el barrio se escuchó un solo estruendo, fue el grito del niño, el alarido orgulloso de saber que su padre y su ídolo construyeron una gran pared en el área chica para dejar consumado por la eternidad el gran sueño del pibe.
