“1816, el grito sagrado” fue el nombre que se le dio a la puesta en escena que en esta edición tuvo una particularidad. Fue la música del legendario del rock argentino, reversionada en la provincia, la que sirvió de soporte para contar el camino que tuvo que recorrer el país hacia la independencia.
“Viernes 3 AM” y ”Desarma y sangra”, se mezclaron para dar paso a “Cuando me empiece a quedar solo”. Entonces, el barco gigante que apareció en medio del escenario comenzó a tomar sentido. Allí estaban los conquistadores, los imperialistas, los opresores. Abajo, el pueblo aniquilado. En esta puesta en escena, las letras de Charly en su paso por Sui Géneris y Serú Girán, se convirtieron en el sostén del argumento. Fue Nahuel, el protagonista de la obra, el encargado de conducir la historia y de interpretar la mayoría de las canciones.
El joven pintor tuvo que aprender qué es la libertad y cómo se consiguió. En escena aparecieron Dalí, Rivera y hasta Picasso, que en un diálogo de ensueño buscaron una reacción en Nahuel. Muchas escenas intimistas y con poca sorpresa en cuanto a la escenografía, si se compara este espectáculo con los últimos dos. En definitiva lo más fuerte estuvo en la musicalización. Fue una guía para los amantes de Charly. En un escenario con formato tradicional, los personajes aparecían y desaparecía por las ventanas y Laprida. Fray Justo Santa María de Oro debatieron sobre una mesa gigante sobre las implicancias de la independencia. Nahuel, por momentos confundido, buscó entender qué es lo que tenía que pintar.
Con unos 300 artistas en escena, una de las escenas que más sorprendió fue la de la quema de libros. En pocos minutos, carretillas con libros inundaron el escenario y desde unas rampas gigantes, fueron armando un montículo en llamas. “De un buen libro no se vuelve”, dijo uno de los actores, mientras sonaba “Había una vez, un país al revés” y “Música de fondo para cualquier fiesta animada”.
El recorrido por la historia también fue un recorrido por la discografía de Charly García con algunas adaptaciones. Y como era de esperar, el final llegó con su versión del Himno Nacional. Cuando todos los artistas se apostaron en el escenario para entonar la canción patria, un escudo gigante apareció desde el cielo. Pequeños cuerpos comenzaron a contorsionarse y dar forma al escudo. Fue una de las escenas más aplaudidas. Así llegó el final de “1816, el grito sagrado”, y cuyo broche de oro fueron los fuegos de artificios.