No es carpintero ni diseñador, pero por años fabricó, diseñó y vendió muebles de madera. No es químico, pero los detergentes que fabricó sin productos abrasivos se vendieron como pan caliente. No es científico, pero el primer lote del medicamento para combatir sabañones que preparó se agotó en sólo tres días. No es ingeniero en alimentos, pero está a punto de lanzar al mercado su nuevo gran invento: café preparado a base de higos deshidratados. Se trata de Orlando Peláez, un hombre que a sus 67 años mantiene el mismo entusiasmo, ingenio y creatividad de hace 50, cuando fabricó con hierro y madera su propia biblioteca. Desde entonces su casa se transformó en una fábrica de un sinfín de productos que, por no contar con los recursos económicos para una producción a gran escala, desaparecieron del mercado. Pero que siempre le dieron ganancias suficientes para mantener a su esposa y a sus tres hijos.
La casa de Orlando Peláez tiene dos sectores bien definidos, pero muy conectados. Un galpón donde hay desde un simple martillo hasta máquinas exóticas fabricadas por él, todo revuelto en un ambiente donde cuesta respirar por las sustancias químicas, como los glicoles que usa para fabricar líquidos de frenos. Y la vivienda, propiamente dicha, donde en cada rincón exhibe algunos de los elementos y productos que Peláez creó en el galpón. Y que él, orgulloso, recorre como si fuera un guía turístico, explicando cómo, cuándo y por qué fabricó cada cosa.
"Esto que parece ladrillo visto surgió cuando quise preparar una especie de enduído para tapar unos agujeros de la pared -dijo Orlando, señalando las paredes del baño-. Ya no me acuerdo qué mezclé, pero quedó tan duro que mi esposa hizo una especie de plantilla que después pegamos para cubrir el interior del baño. Y el espejo lo hice con el armazón de un escritorio. Y la azucarera con cortezas de eucaliptus".
Como si estuviera haciendo un inventario, el hombre comenzó a detallar rápidamente cada uno de sus inventos. Pero se tomó más tiempo para hablar de los dos a los que considera su obra cumbre. Dijo que hace varios años (no recuerda cuántos), después de leer varios libros de medicina y química, logró fabricar un medicamento para favorecer la circulación sanguínea de manera localizada, destinado a combatir sabañones. Logró que Salud Pública de la provincia lo aprobara y permitiera su comercialización. "Se vendía en la farmacia Plana, donde me decían que la gente lo calificaba como un remedio milagroso que hacía desaparecer los sabañones en dos o tres días -recordó con emoción-. Pero no pude seguirlo produciendo por falta de recursos, y porque nunca conseguí un socio para mis inventos. Espero, ahora, tener un poco más de suerte".
Con agua a punto de ebullición, Orlando Peláez se decidió a demostrar las propiedades de su nuevo invento. Preparó una jarra de café de higo. Totalmente natural, sin agregados de conservantes, de color marrón claro, aroma a frutas y sabor ligeramente suave. Explicó que la receta es sencilla y que sólo se trata de deshidratar y moler higos, en las dos máquinas que fabricó para favorecer una deshidratación a punto y rápida, y una molienda a granel.
"Tengo un problema -dijo Peláez después de beber el último sorbo de su café-. A los diez días de molido se endurece por acción de la glucosa que tiene la fruta, y así no lo puedo comercializar. Pero tengo la filosofía de que así como surgen problemas, también surgen las soluciones, sólo hay que saber encontrarlas. Y yo también soy un aficionado a eso".
Entre las posibles soluciones que baraja este hombre, no figura la de agregarle a su invento alguna sustancia que contrarreste la glucosa del higo porque eso le restaría naturalidad al producto. Sí considera posible comercializar el café en pastillas sólidas porque el mismo se disuelve ni bien se le agrega agua caliente. El único inconveniente es que para ello necesitaría comprar una máquina para fabricar pastillas. Y no tiene dinero para comprar una. Ni socio que contribuya con su sueño.

