Si hasta la plaza del lugar se mimetiza con la capilla, con sus senderos de tierra, sus pasto seco, un cardón y una tranquera. Atravesar la plaza es entrar en un túnel del tiempo y llegar a la capilla de San Nicolás de Bari, en Los Puestos de Mogna, Jáchal, es detenerse en el tiempo, en los albores del siglo XX. El templo fue construido precisamente a principios del 1900 y se conserva original, con sus paredes de adoble, un altar de troncos, viejas campanas, revoque de barro y techo de cañas con palos en forma de horqueta. El único atisbo de modernidad que tiene es su instalación eléctrica, pero cuyas luces aún son las viejas lámparas de 60 watts, que penden de unas lámparas colgantes hechas con ruedas de carreta.
Los Puestos, en los que viven apenas 30 familias, no tenía un patrono hasta que Gregoria Romero, una madre que acompañaba a su hijo Iginio Rodríguez, el maestro del pueblo, les propuso a los vecinos crear un oratorio. Corrían los primeros años del 1900 y entonces se armó una comisión pro-templo, cuyos integrantes hacían todo a pulmón.
Mientras unos vecinos cortaban adobes, otros donaron los palos y lentamente, entre los vecinos, construyeron la capilla. La primera imagen que tuvo fue un cuadro de San Nicolás de Bari, de quien Gregoria era fiel devota. Pero prometió que apenas pudiera viajar a San Juan, traería una figura de yeso y así lo hizo tiempo después.
Las puertas del templo no conocen de llaves ni cerraduras y está tan inmersa en el corazón de los puesteros, que las mujeres y los jóvenes aún se reúnen a tomar mate y charlar en los viejos bancos, ante la solemne mirada de San Nicolás de Bari. Pero además, el santito se ganó aún más el corazón de los lugareños por ayudarlos a salvar el pueblo, según contó Juana Natividad Páez (86), la artesana de Los Puestos.
"Una vez hubo una sequía muy grande y estábamos desesperados, así que llevamos el santito en procesión hasta el río. Y fue cosa de Dios que al tiempito nomás aumentó el caudal y pudimos regar las plantaciones. Después pasó lo contrario, porque el río crecía y crecía y teníamos miedo de que se desbordara y arrasara el pueblo con una creciente. Las mujeres del pueblo nos juntamos, lo volvimos a llevar al río y le rezamos unos rosarios. Y otra vez San Nicolás de Bari nos ayudó", relató la mujer.

