Se recibió hace 16 años y casi toda su carrera la hizo como médico rural. Y aunque cuando era un simple estudiante se imaginaba sentado en un consultorio de una clínica, su vida hoy es totalmente diferente. Él es Víctor Barroso, un médico que dejó su vida en la ciudad para dedicarse a atender a la gente del campo. Hoy, en el Día Nacional del Médico Rural, un homenaje a todos los especialistas que se dedican a ofrecer salud a pacientes de lugares alejados.

Tiene 43 años y sus primeros pasos los dio en el Hospital Marcial Quiroga y fue en este lugar que algo le dijo que debía cambiar su rumbo. Es que, el hecho de conocer a los pacientes que llegaban al hospital de Rivadavia desde lugares alejados y que perdían sus turnos y por eso debían volver miles de veces hizo que decidiera buscar un nuevo horizonte. Así, fue que comenzó a trabajar en Ullum y que conoció la pasión por estos lugares que él define como tranquilos y sumamente gratificantes. Y fue su compromiso con los pacientes, lo que lo llevó a crear el primer centro con atención vespertina de la provincia. ‘En ese lugar, todos eran jornaleros que volvían a sus casas después de las 18 y recién ahí notaban que sus hijos estaban enfermos. Entonces decidimos, con mis compañeros, que éramos nosotros los que nos debíamos adaptar al horario de la gente‘, dijo. Luego pasó por San Martín y Zonda hasta que se fue a vivir a Iglesia. Ahí estuvo dos años como el único médico de Tudcum y ahora es el director del hospital de Rodeo. ‘En Tudcum fue hermoso. Todos me conocían, era el médico del pueblo y la gente te golpeaba la puerta de casa para que los atendiera y a mí no me molestó nunca, pues son las reglas de este juego‘, dijo y contó que en varias ocasiones tuvo oportunidades laborales con mejores pagas, pero que no las aceptó. ‘Priorizamos la tranquilidad y el hecho de sentirnos útil. Eso es invalorable‘, dijo y contó que su señora es odontóloga y trabaja de la misma manera que él.

Por otra parte y para contar algunas anécdotas, el médico que hace de amigo, confidente y hasta de maestro, dijo que lo mejor es ver llegar a la gente con un racimo de uvas o un pan para dar las gracias. O ver que los pacientes, después de consultar a otro especialista, vuelven a él para que les diga si lo que les recetaron está bien. Y sin dudas su experiencia inolvidable fue cuando tuvo que caminar 8 kilómetros entre cerros para ver a la anciana de 103 sólo porque le dolían los huesos. Y si bien dijo que hay muchas satisfacciones, también hay frustraciones, una de ellas es la limitación con la que muchas veces trabajan. ‘Me tocó llevar a embarazadas hasta la ciudad y todo el camino uno va con un nudo en la garganta rogando que no les pase nada‘, dijo el hombre que no piensa cambiar su destino.