Eran las 17.17 de una tarde calurosa del miércoles 13 de mayo de 1981, cuando cuatro tiros disparados en el Vaticano por el terrorista turco Ali Agca a punto estuvieron de acabar con Juan Pablo II y marcaron para siempre el Pontificado del Papa polaco que contribuyó a la caída del comunismo.

En un ambiente festivo, Karol Wojtyla celebraba la audiencia pública del miércoles, que entonces era por la tarde, ante 25.000 personas.

Cuando acababa de saludar a una niña y respondía a los saludos de los presentes, una mano empuñando una pistola se alzó entre la gente que llenaba la plaza de San Pedro disparando cuatro tiros.

Dos balas le alcanzaron: una le atravesó el vientre y otra le hirió en el brazo derecho. La que le alcanzó de lleno le perforó el bajo vientre, atravesó el hueso sacro y cayó en el suelo del “papamóvil”, el automóvil en el que se desplazaba en ese momento.

Aunque fueron disparadas a pocos metros de distancia, las balas no lesionaron órganos vitales o centros nerviosos.

Juan Pablo II se desplomó, sostenido por su secretario personal, que le acompañaba en el vehículo, el actual cardenal de Cracovia, Stanislao Dziwisz, mientras entre la multitud se levantaba un grito de preocupación y se desataba la caza al agresor.

Según narró Dziwisz en su libro de memorias “Una vida con Karol”, el Pontífice fue llevado inmediatamente al ambulatorio del Vaticano.

Juan Pablo II fue tumbado en el suelo y sólo allí se dieron cuenta de la gravedad de las heridas, al ver la gran cantidad de sangre que perdía.

Le trasladaron al policlínico Gemelli, de Roma, donde fue sometido a una delicada operación y salvó la vida.

“La sirena de la ambulancia no funcionaba, había mucho tráfico y el conductor hacía sonar la bocina continuamente. El Papa que estaba perdiendo las fuerzas pero era todavía consciente murmuraba: ¿Por qué lo han hecho?, rezaba y susurraba palabras de perdón para quien le había disparado”, relató Dziwisz.

Juan Pablo II siempre mantuvo que la Virgen le salvó de morir.

Un año después del atentado viajó al santuario de Fátima, en Portugal, al que volvió en otras dos ocasiones, y mandó a colocar la bala encontrada en la corona de la Virgen.

Cuando en 1983 visitó a Ali Agca en la cárcel, el terrorista turco miembro del grupo de extrema derecha “Lobos Grises” le preguntó por qué no había muerto, ya que él era un buen tirador.

Según el Agca “algo increíble pasó”. El Papa le respondió que estaba vivo “porque usted (Agca) no tuvo en cuenta a la Virgen de Fátima”.

En el Año 2000 el Vaticano desveló el llamado “tercer Secreto de Fátima”, que según la Santa Sede, se refería al atentado al Papa de 1981. Juan Pablo II perdonó a Ali por el atentado.