Un artículo de la Tribuna de la Tarde fechado el martes 14 de octubre de 1980 -que la familia González conserva en un marco, regalo de Viviana Castro- narra los antecedentes de Volveré siempre a San Juan, esa perenne zamba en la que Ariel Ramírez estampó aquella nostalgia por “las vereditas de sol y alamedas”, cuyos versos pertenecen al mendocino Armando Tejada Gómez.
San Juan para mí tiene algo muy especial…Sus amaneceres, la visión de sus cerros a esa hora configura un paisaje que no he visto en ningún otro lado…Creo que el sanjuanino es la gente que mejor sabe vivir”. Con estas palabras, el pianista arranca la entrevista -realizada en ocasión de una visita a la provincia- pintando ese gusto por los colores cuyanos.
“Corre 1949. El joven Federico Bocelli, uno de los amigos de aquel Ariel Ramírez todavía desconocido, lo invita a San Juan”. Dice la nota que destaca: “tras un recital dedicado a los alumnos de 5º año de la Escuela Normal Sarmiento”, un “grupo numeroso lo agasaja en una vieja sodería de la calle Frías (hoy Valdivia) y Copello. Es la casona de la familia de Juan González y su hermano Bernardo”.
Allí, según versa la publicación, se juntan Eusebio Dojorti (el nombre real de Buenaventura Luna), Venustio Carelli, Américo García, Federico Bocelli, Juande Dios Videla, Luisito Alonso, Alfredo Rodríguez y otros.
Y continúa: “la intención era, además, que el joven Ramírez conociera a don Buenaventura Luna, ya famoso”, en una cena con “empanadas hechas por doña Paca de González, asado y buen vino”.
“Ramírez tenía que ofrendar entonces su trabajo…pero le faltaba el piano”, agrega y la anécdota se refiere a cómo se consiguió el teclado, a las 2 de la mañana; los entonces jóvenes se montaron en un camión sodero y encontraron el instrumento en la casa de Emma Sánchez.
“Pónganlo debajo de la parra”, fue la condición de Ariel, quien evoca: “puse las manos sobre el teclado y salió la zamba; era el clímax, la despedida, la magia del vino”.
Y cuenta la crónica que después de componer el primero y segundo pie, Dojorti dijo: “Ya tengo el título, la Vínica, y también la letra: Del Tontal con un claro alumbrar va naciendo esta zamba”. Así, según la publicación, se hicieron las 5 de la mañana, hora en que partía el tren a Buenos Aires, y don Ariel se fue “con su zamba a medias”, gritando desde la ventanilla “Volveré siempre a San Juan”. ¿Un presagio?. Tal vez.
La misma nota explica que, en 1954, en Mendoza; en el piano de Jorgendas Pérez de Carenzo, el instrumentista termina finalmente su obra; y que, tiempo después, Tejada Gómez le hace la letra en 1964.
“La letra es sensacional, se identifica con la música como si hubieran nacido juntas, que es el ideal de una canción”, afirmó el músico que, en su pentagrama, hace una dedicación a Juan González padre, Américo García, Venustio Carelli y Alfredo Rodríguez; como sus inspiradores.
Como broche, el propio Ariel cierra la entrevista con otra predicción: “En mi obra hay tres zambas que van a quedar para siempre: la Tristecita, Volveré siempre a San Juan y Alfonsina y el Mar, conocidas en todo el mundo por las interpretaciones de Mercedes Sosa, Ramón Navarro y muchos otros”.