"Aquello lila era mi pieza", dice Andrea Videla, parada sobre los restos de su casa y señalando un pedazo de pared al que todavía se le ve el color antiguo. Su mueca de nostalgia se mezcla con tristeza y no puede creer que esa casa, en la que nació y en la que su familia estaba viviendo hasta hace sólo 10 meses, se haya transformado en un cúmulo de escombros.
Andrea es hija de Eduardo Videla, quien era jefe de la Estación Sánchez de Loria, en Pocito. El hombre vivió en la casa de la estación desde 1966 hasta su muerte. Su familia siguió con el legado. Pero cuando erradicaron el asentamiento que se había armado allí, los sacaron del lugar. La casa quedó sola y sin cuidado. Le robaron todo, desde las puertas y ventanas, hasta las llaves de la luz y los cables.
El panorama que se ve al llegar es desolador. En el techo sólo quedan algunas chapas. El piso de parquet desapareció y en su lugar hay un hueco, que antes era el sótano, y ahora está cubierto de escombros.
"Primero se llevaron las puertas y las ventanas, las sacaron así nomás, con barretas", cuenta Andrea, que va seguido a ver el lugar. Su hermana, Paola, en cambio, no quiere volver a la estación. "Yo no volví más. Me quiero quedar con la imagen de mi casa como era antes", dice con los ojos brillosos y la voz entrecortada.
Para ellas es difícil ver el estado en el que quedó la vivienda, porque desde niñas observaron cómo su padre la cuidaba. "Mi papá la amplió, pagó los impuestos durante años. La mantenía, la pintaba, barnizaba las ventanas. La tenía impecable", recuerda Andrea. Y dice que su mamá se encargaba del jardín. "Tenía unas flores preciosas, de distintas variedades. La gente de la zona recuerda su jardín. Ahora solamente queda el esqueleto de las plantas", reflexiona.
En 1993 el tren dejó de funcionar. Después, Eduardo murió. Su esposa, Carmen, juntó todos los documentos que constataban que ellos habían pagado los impuestos. Y los llevó a distintos organismos para ver qué posibilidades había de que la familia se quedara con la casa. "Presentó todo acá. Después en Mendoza, en Buenos Aires, pero nunca tuvo respuestas", dice Paola.
La familia vivió en el lugar hasta febrero pasado, cuando el Gobierno erradicó la villa La Estación, que estaba asentada al lado de la estación de trenes. A Andrea y Paola, les dieron dos casas en el barrio Teresa de Calcuta. "Desde el municipio nos prometieron que iban a poner un sereno, que iban a cuidar la estación. Pero nunca controlaron nada", dice Andrea mientras recorre lo que queda de su casa. De golpe, señala parte del piso trasero al que le faltan las baldosas de piedra y el techo, porque se los robaron, y dice: "Acá me festejaron el cumpleaños de 15. No puedo creer cómo está esto".
"Es una pena que hayan permitido que destruyan todo. Porque, más allá del valor sentimental que tiene esta casa para nosotros, es una construcción hermosa y antigua, tiene más de 100 años", dice Andrea. Y cuenta que muchas veces llegaron alumnos de la Facultad de Arquitectura de la UNSJ para estudiar el edificio. Y que fue escenario de fotografías de moda y publicidad.
Además, la mujer se lamenta porque piensa en todos los usos que le podrían haber dado al lugar y, como pensando en voz alta, dice: "Era una casa grande. Hay tantos niños y viejitos en la calle, podrían haber hecho un hogar o un comedor para esa gente".