Sobre calle Colón, casi llegando a la esquina Hipólito Yrigoyen, en pleno territorio lechuzo por la cercanía con la cancha del Atlético de la Juventud Alianza, los graffitis de La Imperio, Los Inadaptados, La 67 o la más antigua La Gloriosa conviven con un mural que parece salido de un sueño y que decora un portón de punta a punta. Cinco ángeles en medio de un paisaje onírico, en tonalidades suaves, contrastan con el aerosol que demarca los límites de cada barra. "Parece mentira que toda las paredes alrededor estén llenas de graffitis y el portón no", se asombra Walter Ezequiel Carrizo (25), autor del mural que eligió un soporte bastante poco común para expresarse.
Está a punto de recibirse de profesor de Educación Física y también enseña karate, pero esas dos ocupaciones tan terrenales no le impiden hacerse tiempo para pintar. Lo curioso es que sus obras pueden aparecer en cualquier parte: una puerta, la pared de una casa, el muro de un hospital o el patio de una escuela. "Pinto desde chico. En mi casa siempre nos compraron libros para pintar y hacer cosas manuales y creo que eso me estimuló. En esa época, dibujaba caricaturas de mis dibujos animados favoritos pero después con el tiempo, empecé a pintar otro tipo de personajes imaginarios y fantásticos, que me acompañan hasta hoy", dice.
Una de sus obras, un mural pintado en las paredes del Hospital de Niños, ganó el primer premio en un concurso. Y otra, en el Instituto de Educación Física, refleja el bautismo de los ingresantes a la carrera, en una suma de manos de colores. "Si tuviera que definir lo que hago, diría que es un surrealismo fantástico. Algunas obras son más realistas que otras, pero creo que la mejor definición para lo que hago es que me gusta pintar los mundos que cualquier persona imagina, pero que no los ve más allá de su mente", explica.
Para Walter no es difícil crear un marco de ladrillos donde no lo hay, como aparece en otro de sus murales pintado sobre la pared de una casa. O un mundo detenido en el tiempo, que pintó como regalo de cumpleaños en la casa de una amiga. "Con ese mural pasó algo increíble: yo puse la fecha de cuando lo terminé y mi amiga después tuvo que viajar a otra provincia y alquiló su casa. Asombrosamente, la mujer que vino a vivir había perdido a su marido en un accidente en la misma fecha que yo puse en el mural. Y lo interpretó como un mensaje: una forma que encontró su marido fallecido para hacerle saber que estaba bien, en un lugar bello y lleno de paz", cuenta.
Influenciado por los mundos mágicos de Jorge Luis Borges, el estallido de colores de Leonida Frenov, las realidades increíbles de Dalí y las más cercanas experiencias de quien fuera su mentora y maestra, la sanjuanina Isabel Fernández, Walter afirma que disfruta pintar portones y paredes para quien se lo pida: "Si alguien quiere que yo le haga un mural, es porque le gusta lo que hago. Y eso es como inmortalizarme, quedar ahí en esa pintura para que todos la disfruten. Es hermoso".

