Todo estaba listo. Minutos antes, unas cien personas habían formado una ronda colaborando en la comunicación de un grupo de aborígenes Quechua con la naturaleza. La intención era pedirle que recogiera nuevamente al cóndor, que había sido sacado de su hábitat durante una rehabilitación. Sin embargo, el ave permanecía parado en la cornisa del Mirador de Huaco, en Jáchal, como pidiendo permiso para volar. Bastó con que Tayta, el líder espiritual de los nativos, le hablara en su lengua madre. ‘Vuela, cóndor. Vuela‘, dijo. El animal lo miró y emprendió el viaje.

Los cuatro aborígenes llegados de Buenos Aires, desplegaron telas de colores y sobre ellas colocaron instrumentos, maderas, caracoles y plumas. Pidieron a los lugareños que los acompañaban que formaran un círculo alrededor. Y se comunicaron con la naturaleza elevando las manos hacia el cielo y girando hacia los 4 puntos cardinales. Después, depositaron brasas en un cuenco de barro. Adentro colocaron plantas sagradas, lana de vicuña y grasa de llama. El humo que despidieron fue esparcido sobre cada uno de los presentes.

‘El humo limpia el cuerpo y el espíritu. Nos permite comunicarnos con la naturaleza para que reciba a Yana Ñawi‘, dijo Tayta, haciendo referencia a la hembra de cóndor cuyo nombre significa Ojos Negros, que fue rescatada en mayo pasado cerca de la cuesta de Huaco. Según los especialistas estaba envenenada, por lo que tuvo que ser rehabilitada en el zoológico de Buenos Aires, durante casi 4 meses, para después liberar el ave.

El silencio de los presentes colaboró para que el cóndor mostrara sus alas y estuviera unos 3 minutos en la superficie. El aborigen se paró a su lado e hizo sonar una flauta, pero el ave no emprendió vuelo. Hasta que el hombre pronunció sus palabras mágicas y Yana Ñawi subió a los cielos, llevando con él todos los deseos de las personas que la acompañaron en su regreso a la naturaleza.