El 24 de noviembre pasado, Pedro Pablo Reggio llevaba 9 días en el Hospital Rawson porque tenía a su hijo muy grave en Terapia Intensiva. De repente, un joven se le acercó y le dijo que estaba buscando a José Pablo Reggio. Pedro le contestó que era su hijo. El joven sacó de su cuello un rosario, se lo dio y le dijo: "No te lo saqués hasta que tu hijo salga caminando de acá. Y después dénselo a otra persona que también tenga a alguien en estado grave en Terapia Intensiva para que se mejore". "Yo no sé quién era, pero cuando me puso el rosario me llené de fe y sé que mi hijo se va a mejorar", comentó Pedro. Al crucifijo se lo pasó Alejandro Balmaceda, quien en 2003 fue embestido por una moto, se le partió el cráneo y estuvo 28 días en el sector para los pacientes en estado más critico. A su madre, mientras él luchaba entre la vida y la muerte, se lo había entregado un anciano que lo recibió de otra persona que tuvo un pariente accidentado y se mejoró. Y aunque nadie sabe cómo ni cuándo empezó esta cadena, casi todos los que llegan a ese servicio han escuchado de ella.
"A mi hijo no le daban esperanza de vida, el neurólogo me dijo que sólo le quedaban horas de vida, los de INCUCAI me pedían que donara los órganos", comentaba Elva, madre de Alejandro. Y agregaba que "cuando llevaba tres días en terapia y ya prácticamente lo daban por muerto, un hombre de más de 60 años se me acercó. Había mucha gente que trataba de consolarme y me daba consejos para afrontar la muerte de mi hijo. El anciano me preguntó si era madre de Alejandro y de su cuello sacó un rosario común y corriente, me lo puso y me dijo que me lo sacara recién cuando mi hijo saliera caminando del hospital". El hombre además le comentó que otra persona, a la que se le salvó un familiar, se lo había pasado a él mientras esperaba noticias sobre un ser querido que estaba grave en terapia. A él le funcionó y cumplía con lo que le pidieron: que lo pasara para que se salvara otra persona. Elva afirma que al anciano nunca más lo volvieron a ver y no sabe ni su nombre.
Después de 28 días en terapia intensiva y 2 operaciones, una en la cabeza y una en el pulmón, Alejandro despertó. Y mientras su madre conversaba con una mujer de la cama contigua, él abrió los ojos y "el hombre de blanco" lo había tomado de la mano y sacado del pozo, comentó Elva. "Yo también recuerdo que ese hombre de blanco me retaba no sé por qué, y ni hoy me acuerdo qué me decía", afirmó el muchacho.
Luego de abrir los ojos, el muchacho pasó al internado común y pasadas unas semanas, se fue a su casa. El joven que en 2003 tenía 18 años se apegó al crucifijo que le dio su mamá, no se lo sacaba ni en la estación de servicio donde trabaja, donde le pedían que no lo tuviera por medidas de seguridad. "Yo todas las noches rezaba un rosario y pedía por la salud de mi familia y la mía. Pero hace unos días me enteré de que un amigo, José, había tenido un accidente y le di el rosario a su papá para que José se salvara", explicó Alejandro.
Por su parte, el actual poseedor del rosario, Pedro Pablo, no se lo saca ni para ducharse. "He vuelto a tener fe, mi familia siempre fue muy creyente, mis padres me pusieron mi nombre por los apóstoles", aseguraba el hombre. Su hijo José cuando llegó a Urgencias había perdido mucha sangre de la cabeza y tenía signos vitales muy débiles. "Los médicos no me daban esperanza hasta que movió la mano. Es que estaba desfigurado con un corte que le atraviesa toda la cabeza", explicaba el hombre. Y agregó: "Ahora mueve las piernas también y los médicos dicen que va evolucionando". Además, Pedro dijo, apretando fuerte la cruz, que "cuando José salga caminando entregaremos el rosario a otra persona para que siga salvando a más gente".

