San Juan, 29 de octubre.- El Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF), organizó una charla el 17 de diciembre de 2008, que tenía como oradores a la líder del (en ese momento) A.R.I., Elisa Carrió, y al ex ministro de Economía de la Alianza por 48 horas, Ricardo López Murphy.
Entre comparaciones de Néstor Kirchner con Nicolae Ceaucescu (el dictador rumano que, entre otras cosas había mandado a liquidar a cuatro mil disidentes en la ciudad de Timisoara, y murió, derrocado y ejecutado tras un juicio sumario en 1989), Carrió soltó: “Lo mejor para Cristina es un divorcio, también podría quedar viuda, sería divino”. El resultado, previsible, fueron risas y aplausos de quienes la escuchaban.
Casi un año después, en el programa televisivo La Cornisa, (del que es casi una parroquiana), que conduce el periodista Luis Majul (autor de un libro de reciente publicación, en que carga contra la figura de Néstor Kirchner), fue más lejos, sin la pretensión hilarante de la cita anterior. “La gente quiere que se vayan. La gente los quiere ver muertos”. Así interpretó Elisa Carrió lo que era para ella el sentimiento popular. Esa entelequia difusa, “la gente”, quería que los Kirchner mueran. Según su exégesis, no bastaba con que pierdan una elección.
Estas dos citas, por traer a cuento algunas de las más notables, son parte de un discurso que ha alejado a Carrió de sus seguidores, de los dirigentes que la acompañaron durante gran parte de su carrera, del voto popular (a la luz de los últimos resultados electorales en Capital Federal, donde hasta hace un trienio asomaba como una alternativa de poder posible), y de la Casa Rosada ayer, a la que envió a un selecto grupo de sus últimos acólitos.
La impronta mística que tiñe los decires de Carrió puede llevar a pensar, ¿deseo?, ¿predicción?, ¿hablar por hablar?. Es injusto pedir que se responda afirmativa o negativamente a cada una de estas preguntas. Cada cual las contestará como lo sienta. Si no se quieren ciertas respuestas, no deben hacerse algunas preguntas, y si no se quiere que se piense una cosa, será necesario no decir otras.
Lo que es indudable, es que a esta constante advocadora de republicanismo, constitucionalidad y "formas", su irrespeto por la palabra la obligó al silencio.
