Será exactamente el próximo 10 de octubre, cuando se cumplirán los 200 años del nacimiento de Giuseppe Fortunino Francisco Verdi (aunque dicen que por un error de su madre, durante largo tiempo creyó que había nacido el 9 de octubre de 1814,), el más notable e influyente compositor de ópera italiana del Siglo XIX y puente entre el belcanto de Rossini, Donizetti y Bellini y la corriente del verismo y Puccini. Entre sus títulos más importantes se encuentran Nabucco -que exalta el nacionalismo del pueblo italiano y que le abrió las puertas en Milán-, Rigoletto, La Traviata e Il Trovatore -que conforman su trilogía popular o romántica- y Aída, Don Carlo, Otello y Falstaff -que dan cuenta de su madurez artística-.
Hijo de Carlo Giuseppe Verdi y Luigia Uttin, se casó con Margherita Barezzi (22) en 1836 y tuvo dos hijos: Virginia Maria Luisa, que nació en 1837 y murió en 1838; Icilio Romano, que falleció a los pocos meses de vida. Dos años después murió su mujer. Cuentan que Verdi nunca se repuso de esas pérdidas, aunque su producción no declinó y volvió a contraer matrimonio con la soprano Giuseppina Strepponi.
Falleció en Milán, el 27 de enero de 1901, a los 87 años, debido a un derrame cerebral. Dejó su fortuna para el establecimiento de una casa de reposo para músicos jubilados, Casa Verdi, en Milán, donde está enterrado. Su funeral causó gran conmoción popular y al paso del cortejo el público entonó espontáneamente el coro de los esclavos de Nabucco ("Va pensiero sull’ali dorate…’).