�Algunos observadores interpretan que Bachelet tiene una oportunidad única para refundar una nación sumida de modo violento en el neoliberalismo. La candidata de Nueva Mayoría prometió ‘reformas de fondo‘ y entre ellas citó en primer lugar instaurar una educación gratuita, universal y de calidad, obedeciendo al clamor de los estudiantes, que desde hace tres años atruenan las calles apuntando al corazón del modelo pinochetista: un sistema elitista que sirvió para diseñar una sociedad desigual en la que para ascender en la escala social muchas familias hipotecaron su vida y quizás hasta su dignidad.
En Chile, donde la educación superior es una de las más caras del mundo, sobre todo en relación al ingreso per cápita, esa reforma implicará un aumento de las erogaciones públicas. Para lo cual se necesitará modificar el régimen tributario y así compensar ese desbalance que para la izquierda representa una inversión y para la derecha un gasto.
Pero la verdadera reforma es la de la Constitución, el último legado de la dictadura pinochetista, pergeñada en los albores de los ‘90, cuando ya se estaba yendo, como para que gane quien ganare nada cambie. En 2005, hubo una reforma para eliminar resquicios autoritarios como los senadores designados y vitalicios.
