Marcelo Diez volvía de votar en Plottier (ciudad cercana a Neuquén capital) camino a su chacra, arriba de una motocicleta Yamaha 750 cuando colisionó contra un Renault 9. Era un domingo de elecciones y se había levantado temprano. Después del sufragio tenía pensado participar de un asado familiar. Pero el choque fulminó el cuerpo del joven de 30 años. Entró a la sala de emergencias del hospital de la capital neuquina con la cadera completamente destrozada, fractura craneal y un coágulo en el cerebro que podría acabar con su existencia de un segundo al otro. Un médico le comunicó a la familia que su estado era “gravísimo”. Fue el 23 de octubre de 1994. Aun así, Diez logró reponerse lo suficiente como para comunicarse con sus padres y hermanas. Se comunicaba a través de sus ojos. Afirmaba o negaba. Hasta llegó a leer alguna revista. El resto de su cuerpo estaba inmóvil. De pronto las perspectivas para Marcelo, alguien que todos reconocían como una persona activa, alegre y muy vital, comenzaron a mejorar. Estaban por trasladarlo a terapia intermedia cuando un virus intrahospitalario lo dejó en estado vegetativo. Desde entonces no volvió a despertar ni a mostrar signos de tener conciencia. La familia no bajó los brazos. Trasladó a Diez a Buenos Aires donde deambuló por la Fundación Favarolo, la clínica Bazterrica y el centro de rehabilitación ALPI. Finalmente el diagnóstico de los especialistas resultó definitivo. “Nos dijeron que era un vegetal”, relataron Andrea y Adriana, sus hermanas.
La Corte Suprema confirmó ayer la decisión tomada por el Tribunal Superior de Justicia, ante la demanda promovida por las hermanas del paciente en 2013.