La muerte de Osama Bin Laden, a pocos meses de cumplirse 10 años de los atentados a la torres gemelas, en una operación organizada y ejecutada por fuerzas estadounidenses representa el mejor espaldarazo que el presidente de EEUU, Barack Obama, podía esperar ya que por primera vez en sus tortuosos dos años de mandato sacará un rédito que ni siquiera los republicanos pueden cuestionarle. Y hasta le abre una puerta para su reelección.

Obama compareció el domingo en torno a las 23.30 horas, 0:30 de Argentina para anunciar, en tono solemne, desde la Sala Este de la Casa Blanca, la muerte de Bin Laden. “Se ha hecho justicia”, aseguró.

Había logrado lo que su antecesor, George W. Bush, no pudo. Se fue sin haber conseguido dar con el enemigo público número uno de EEUU, pese a haber asegurado que lo quería “vivo o muerto”.

Aunque cuando se les preguntaba acerca del terrorista, Obama y su Gabinete insistían en que su captura seguía siendo una prioridad, a ojos del público parecía evidente que la Administración demócrata tenía la vista en otra parte a la hora de considerar su política de seguridad nacional.

Mientras un Bin Laden vivo y libre continuaba funcionando como gancho para jóvenes musulmanes de todo el mundo atraídos por sus ideas extremistas, en EEUU Obama veía cuestionada su estrategia de seguridad nacional.

La oposición republicana le criticaba por su promesa de cerrar la prisión de Guantánamo, creada para albergar a sospechosos de terrorismo, y le acusaban de poner con ello en peligro al país.

El presidente que llegó con la promesa de poner fin a la guerra en Irak tuvo que reforzar la presencia en Afganistán, donde hoy hay cerca de 100.000 soldados estadounidenses, el triple que en 2008, y este marzo lanzó una nueva incursión militar, en Libia, a la cabeza de una coalición internacional.

Y sus notas de popularidad iban en picada. En abril quedaron en torno al 45%, muy lejos del 70 que tenía a su llegada al poder.