Víctor carga la foto de Benicio, su nieto, en la mochila. No se despega ni un momento del portarretrato. Decidió llevarlo a Malvinas, no sólo para que le ayude a sobrellevar el duelo, sino para que cuando el bebé sea grande pueda ver dónde estuvo su abuelo. Y se dio el gusto de tomarse una foto junto a la imagen de Benicio, en las playas malvinenses, que hasta no hace mucho tiempo estaban minadas. Víctor Sierra es uno de los 25 excombatientes sanjuaninos que participan del viaje histórico a Malvinas organizado por el Gobierno de San Juan. De un modo u otro, los veteranos se apoyan en sus familias para soportar los días, para sobrellevar los recuerdos. A la distancia y con muchas complicaciones de comunicación (no funcionan los celulares argentinos e Internet es extremadamente caro), se las ingenian para contactarse.

‘Si puede avisar que estamos bien, mejor. No podemos llamar ni recibir llamadas‘, dijo uno de los veteranos a DIARIO DE CUYO. El viaje se extendió una semana extra. Los excombatientes llevan fuera de la provincia 17 días. Tenían previsto regresar ayer, pero por cuestiones climáticas se retrasó el arribo a Malvinas. La idea es salir de las Islas mañana mismo para llegar a San Juan el lunes 11 de abril por la noche.

Hasta Punta Arenas, Chile, la comunicación con las familias fue fluida, pero desde el viernes pasado cuando se pisó tierra malvinense la cosa se complicó. De todos modos, poco o mucho, el contacto con los familiares es el sostén de los veteranos.

‘Lo acompaño a la distancia. Sigo lo que hacen por Internet. Estoy contenta por él y espero que revivir el pasado le ayude a cerrar heridas, a cicatrizar‘, dijo Andrea, hija de José Rivero, que está radicada en Buenos Aires. No hay día que este veterano no le envíe alguna foto a su hija de lo que vivió en la jornada. Mientras que ella le manda mensajes de aliento por Facebook, tal como les sucede a otros excombatientes. ‘Fueron difíciles los últimos 34 años. Espero que con este viaje pueda reparar todo lo que tiene dañado en su interior. Nunca nos contó todo lo que pasó. Sólo sé que Dios lo sacó adelante. Yo estoy acá para apoyarlo‘, dijo Andrea a DIARIO DE CUYO, en una comunicación telefónica poco antes de que su padre partiera para Malvinas. José tiene su celular cargado de fotos de su familia. Las observa largamente con frecuencia en estos últimos tiempos.

Los mensajes de audio son los más conmovedores. Sobre todo si vienen de parte de los nietos. A Roberto Arroyo, su nieta de tres años lo conmueve a cada instante. Otros viven situaciones similares con hijos y con esposas. Es que a la distancia, escuchar la voz de la familia se tornó en un tesoro invaluable, y en un mimo para el alma lastimada.

Los veteranos llegaron a las islas para intentar cerrar heridas, para recorrer aquellos sitios en los que estuvieron, algunos. Otros empiezan a ponerse en el lugar de sus compañeros, sobre todo aquellos que combatieron desde los aviones y desde los barcos, pero nunca pisaron tierra malvinense. Todos comienzan a sufrir la distancia, quizás esta sea una situación que ya vivieron hace 34 años. Pero ahora saben que el regreso a casa está cercano y que esta vuelta implica llegar más descargados y, en algunos casos, con la satisfacción de haber cerrado un capítulo. ‘Acá me encontré. Pude unir al pibe de 20 con el hombre de 50. Entendí que me pasó en medio. Es lo que vine a buscar‘, dice Pedro Marín, otro de los veteranos, que ansía volver a su hogar, esta vez, con una mochila de esperanza.