Cecilia Soto tenía 6 años cuando entró a estudiar a la escuela Mariano Necochea, de Santa Lucía. Allí vio a una señora con el lampazo, era Myriam Arroyo. Pronto, se hizo compinche de aquella mujer y sus compañeras, a quienes visitaba en la cocina mientras preparaban el arroz con leche. El tiempo pasó, ambas crecieron y hace 1 año se reencontraron, cuando Cecilia ingresó a la escuela para desempeñarse también como portera. Ahora, en el aniversario número 34 de Myriam en esa institución, la joven trabajadora decidió contar la historia de aquella mujer que le enseña y la inspira, a modo de homenaje.

“Recuerdo que ella –por Myriam- recibía a la entrada de la escuela a todos los alumnos con una sonrisa. La misma que mantenía cuando llevaba mi taza a la portería para tomar la leche y cuando la veía limpiar los baños después de los recreos”, contó Cecilia.

Y agregó que “cuando terminé la primaria no volví a verla. Con los años tuve varios trabajos y hoy, en mi trabajo actual volví a encontrarla. Dios la puso en mi camino nuevamente. Es una compañera de hierro y me enseña su oficio”.

Al momento de ese reencuentro también se refirió Myriam, que hoy tiene 57 años y 3 hijos adultos. “La vi y la recordé de inmediato. Siempre tan flaquita. Se me vino a la memoria cuando la vi entrar tan chiquita a la escuela, pronto estaba en la cocina y se nos empezó a meter bajo el ala a quienes trabajábamos ahí”.

En cuanto a sus 34 años sirviendo en el establecimiento, Myriam comentó que “en ese momento trabajábamos sólo dos mujeres. Yo estaba en el turno tarde y era mucha tarea. Mi primer hijo era bebito y no tenía con quién dejarlo. Así que lo llevaba con el moisés y dormía en la cocina. Después hizo toda la primaria ahí”.

Con el paso de los años, Myriam decidió cambiar su turno y comenzó a trabajar en la escuela nocturna del establecimiento, donde se desempeña actualmente.

“Fueron muchos años de trabajo y eso no le hizo bien a mi salud. Terminé con una operación de columna en la que me colocaron dos varillas. Pero eso no impidió que siguiera trabajando. Ahora hago tareas livianas, pero sigo trabajando. Le tengo mucho amor a mi trabajo y esa escuela para mí es mi casa”, relató la mujer.

"Le tengo mucho amor a mi trabajo y esa escuela para mí es mi casa", relató Myriam.

Y destacó que “la mayor satisfacción para mí es la relación con la gente. Yo me voy encontrando con exalumnos o exdocentes de la escuela en la calle y todos se acuerdan de mí y me saludan con tanto amor, para mí eso no tiene precio”.

Eso es lo que mueve a Myriam a seguir trabajando sin pensar en la jubilación, mientras entrena a Cecilia, su sucesora, quien asegura que “ella es una mamucha hermosa para mí”.