Hoy, a la distancia, las imágenes parecen sacadas de una película: centros de esparcimiento, vacíos; gente caminando por las veredas, en las escuelas o trabajando con sus rostros cubiertos por barbijos; boliches y casinos con las persianas bajas; y personal rociando los colectivos con máquinas y líquidos especiales. Sin embargo, esas postales pertenecen a San Juan y fueron tomadas hace exactamente 10 años, cuando la, en ese entonces, desconocida gripe A (H1N1) apareció de modo inesperado para generar pánico, provocar la muerte a 8 personas y enfermar a más 40.

La noticia sobre el arribo del “extraño virus” al país llegó en mayo de 2009, mientras el fantasma de la gripe A ya se había expandido a un tercio del mundo. El primer argentino en padecer la enfermedad fue un hombre que había llegado desde México. En ese momento, Chile ya tenía gran cantidad de casos confirmados y Brasil informaba sobre los primeros cuatro.

De a poco, los sanjuaninos comenzaban a familiarizarse con los detalles de la enfermedad a la que se llamaba informalmente “gripe porcina” y a oir nociones sobre los síntomas y las medidas para prevenirla.

Los principales centros de salud se vieron colapsados por las consultas de la gente ante síntomas coincidentes con los de la gripe A.

El 29 de abril, la Organización Mundial de la Salud advertía al mundo que se preparara para una pandemia. En Argentina había tres casos sospechosos y en San Juan comenzaban las primeras consultas de gente que había viajado a México y sentía algunos de los síntomas.

Quince días después, las autoridades de Salud sanjuaninas dieron a conocer el primer caso sospechoso. El hombre, que había viajado a Buenos Aires y había tenido contacto con una persona llegada de Estado Unidos, fue internado y aislado en el Hospital Marcial Quiroga, mientras las muestras que le había sacado eran analizadas en el instituto porteño Malbrán. Sin embargo, el resultado fue negativo.

En las escuelas aumentó el porcentaje de ausentismo y se tomaban medidas de prevención para evitar la propagación de la influenza.

Mientras en el país se extendía la enfermedad, las autoridades del Ministerio de Educación lanzaban un plan preventivo contra la gripe A. Se trataba de un instructivo para las maestras, con el fin de que ellas pudieran informar a los estudiantes sobre los síntomas. Además se dispuso que, en caso de haber un caso sospechoso, la escuela debía cerrar por 14 días.

Sin embargo, la llegada de la enfermedad a la provincia se conoció el 14 de junio. Ese día fue confirmado el primer caso de gripe A. Era un joven estudiante universitario que se había contagiado al tener contacto con gente que había llegado desde Buenos Aires. Quedó internado y aislado en su casa. Para ese entonces, ya habían muerto 6 personas en el país mientras que quienes padecían la enfermedad sumaban 470 y el Gobierno Nacional invertía 90 millones de pesos en la compra del Tamiflú, el remedio para combatirla.

En ese contexto, los centros de salud comenzaban a colapsar y desde Salud Pública informaban que había 10 sitios distribuidos en la provincia preparados para “atender y contener a pacientes y personas con síntomas de la enfermedad”.

En el Hospital Rawson se instaló trailers y carpas para tratar los casos sospechosos de gripe A.

Ante la cantidad de consultas, el 29 de junio, las autoridades del Hospital Marcial Quiroga tomaban una drástica decisión: reducir las cirugías programadas para poder atender más casos de pacientes con enfermedades respiratorias, que llegaban en masa. La idea fue unir algunos quirófanos y utilizarlos para internación de pacientes que presentaran síntomas. Al mismo tiempo, en el Hospital Rawson comenzaba a funcionar un operativo especial que implicaba que los pacientes con síntomas de gripe serían atendidos en trailers (para aislarlos del resto de los enfermos), mientras que la sala de espera para ellos se armó en una carpa especial.

Rápidamente la gente comenzó a usar barbijos y conseguirlos se transformó en una odisea.

Mientras tanto, los barbijos comenzaban a verse en las calles. De hecho, en algunas farmacias se habían quedado sin stock y otras informaban a sus pacientes que directamente habían decidido no venderlos por los costos elevadísimos que habían impuesto los proveedores debido a la excesiva demanda en todo el país. Pronto, conseguirlos o comprar potes de alcohol en gel se transformaría en una odisea, tanto así que los médicos empezaron a difundir fórmulas para preparar el desinfectante de modo casero.

A finales de ese mes, ya se había confirmado 9 casos positivos de influenza H1N1 en la provincia y había más de 70 en estudio. En cuanto a la identidad de las personas afectadas, se mantenía estricta reserva.

El temor era tal que el 50 por ciento de los alumnos faltaba a las escuelas de la provincia y lo mismo hacía el 30 por ciento de los docentes. El 1 de julio, con 12 casos confirmados, San Juan se unió a Mendoza y San Luis, que ya habían tomado la decisión de suspender las clases.

Esa fue la primera decisión tomada por el flamante comité oficial de crisis, que se creó para analizar cada medida a seguir y definir qué actividades suspender. Estaba integrado por los entonces ministros de Gobierno, Salud, Desarrollo Humano y Educación.

Los casinos, boliches y pubs mantuvieron sus puertas cerradas por disposición de las autoridades.

Días después, los boliches no podían abrir sus puertas y tampoco los casinos. El desfile del 9 de julio no se haría y tampoco las obras de teatro y actividades culturales previstas. Por su parte, muchas ligas y clubes deportivos suspendían su actividad.

La gente comenzó a evitar los viajes en colectivos, que eran desinfectados con líquidos especiales.

Además, los hoteles cancelaron las reservas, en los micros viajaba un 6 por ciento menos de pasajeros, mientras las empresas implementaban profundos trabajos de desinfección en las unidades. En cada escritorio o mostrador había un recipiente con alcohol en gel que debía usar todo el mundo. Y las medidas de prevención llegaron incluso a las iglesias: en las misas se suspendió el saludo de la paz.

A pesar de estar en medio de las vacaciones, los comercios, cines y patios de juegos, incluso los en ese entonces concurridos cyber, estaban prácticamente vacíos. Mientras que, en lugares públicos, como los bancos y oficinas, se limitó el ingreso y la gente debió hacer cola en las veredas a la espera de ser atendida para evitar contagios.

A pesar de estar en medio de las vacaciones, los centros de esparcimiento estaban casi vacíos y quienes salían tomaban precauciones.

A su vez, se decidió que las personas que sufrieran alguna enfermedad crónica o tuvieran algún familiar cercano en ese estado y las mujeres embarazadas debían dejar de asistir a sus lugares de trabajo.

“Este virus viaja a una velocidad increíble, inédita. En seis semanas, ha recorrido la misma distancia que otros virus en seis meses”, indicaban desde la Organización Mundial de la Salud y pedían tomar todas las medidas de prevención necesarias en cada rincón del mundo.

El 7 de julio fue un día clave, que generó tristeza y aun más temor: las autoridades confirmaron dos muertes por gripe A en San Juan. La primera fue la de un bebé de sólo 8 meses que había sido trasladado de urgencia en un vuelo sanitario desde San Luis. La segunda víctima fue una mujer de 37 años, de Caucete. En ningún momento se dio a conocer sus identidades.

El entonces ministro de Salud, Oscar Balverdi, se toma la cabeza en medio de una conferencia de prensa sobre el avance de la enfermedad.

A partir de ahí, y con 30 casos confirmados, se decidió que todas las personas mayores de 15 años que tuvieran síntomas recibirían gratis las dosis del antiviral Tamiflú. Se vivía el pico máximo de la enfermedad que, a partir de ahí, debía comenzar a decaer.

Pasada esa instancia, el 16 de julio, las autoridades decidieron levantar la veda sanitaria en casinos, boliches y pubs. Para ese momento, las consultas habían bajado un 60 por ciento. Sin embargo, se decidió extender el receso invernal y en total los chicos perdieron 11 días de clases.

Las autoridades definieron que todas las personas de 15 años que tuvieran síntomas compatibles con el virus, debían tomar los medicamentos contra la enfermedad.

El aumento de la cifra de fallecidos se oficializó el 14 de agosto. Se trataba de otras dos víctimas fatales: una mujer de mediana edad y un niño de un año y medio. Casi al final de ese mes, se confirmó el quinto caso, el de un hombre adulto que había estado internado en el Hospital Rawson. Ya eran cinco los sanjuaninos muertos, pero habían quedado algunos análisis de personas fallecidas en estudio.

Recién al año siguiente, los encargados del Ministerio de Salud dieron a conocer que la terrible pandemia había dejado un saldo de 8 personas fallecidas en la provincia. Aunque no dieron más información sobre las últimas 3 víctimas confirmadas.

El miedo al contagio obligaba a tomar medidas de prevención nunca antes implementadas.

En septiembre de ese año China aprobó la vacuna contra la gripe A (H1N1) producida por la empresa farmacéutica Sinovac, la primera en obtener la licencia de producción. Después, se fueron sumando a la producción de dosis.

En marzo del año siguiente comenzó la vacunación gratuita a personas en grupo de riesgo del país, que se mantiene hasta la actualidad.

El saldo de la influenza H1N1 aún causa asombro. Durante esos meses de terror de 2019 enfermó a 10 mil personas y dejó 626 muertos en Argentina, ocho de ellos en San Juan, donde se confirmó que 41 personas fueron afectadas por el virus. Las cifras pusieron al país como el segundo del mundo con más decesos, después de Estados Unidos.