El rezo del rosario salía estridente del altoparlante, pero se diluía abajo, cuando se metía en la marea de sones atrompetados, tintineo de cientos de cascabeles y gritos de loas a la Virgen de Copacabana, patrona de Bolivia. Era en el rivadaviense barrio Aramburu, pero daba la sensación de que el pueblo andino de Copacabana hubiera mudado hasta allí todo su estallido de colores eléctricos, lentejuelas y danzas rituales, herencia aborigen y pariente del carnaval, para honrar a su Virgen morena. Al mediodía de ayer, casi un millar de personas pudo participar o simplemente presenciar una de las procesiones más coloridas y alegres que se hace todos los años en la provincia.
La misa en la parroquia María Madre de Dios había anticipado el colorido de la procesión. Las Morenas del Caporal, uno de los siete grupos de danzantes que hay en San Juan, recogían la ofrenda de los fieles enfundadas en sus vestidos de minifalda amplia, multicolor y con lentejuelas, y el sombrero chato, típico del vestuario tradicional boliviano. Mientras, al medio del templo había dos arcos de fierros sostenidos por miembros de la comunidad boliviana local, forrados con escarapelas en papel crepé de ambos países, tiras de tela, moños dorados y blancos, quenas, espigas de maíz, muñecas plásticas, platos y todo aquello que se usa ritualmente como ofrenda religiosa. Incluso junto a la imagen de la Virgen, una mujer entrajada en negro y dorado, con cascabeles atados a las botas y sombrero de ala ancha, hacía las veces de guardia de honor durante toda la ceremonia.
Al final de la misa, la salida de la imagen a la vereda fue recibida con papel picado, fuegos artificiales, música de trompetas y bombos (en manos de la Super Banda Sonora, de Jujuy y Mendoza) y un jolgorio total en la danza coordinada, que continuó alrededor de la manzana, para desembocar en un salón de fiestas donde esperaba a todo el mundo una artillería de lechones, pollos, empanadas, callitos y tortas.

