Lo primero es verificar que los huevos sean bien frescos. Para esto se procede así: cascar cada huevo en un plato aparte y observar si la yema quedó bien en el centro: si se corre para un costado de la clara es seguro que no está fresco. Además, se podrá observar en un huevo fresco que la yema es redondeada y la clara espesa y translúcida. En cambio, si es viejo, la yema se verá plana y la clara fina y líquida.

Otra forma de hacer la verificación, pero sin cascarlo, es poner el huevo en un vaso de agua fría: si es fresco se quedará acostado o parado en el fondo; si es viejo, flotará en el agua.

Los huevos viejos se pueden utilizar para hacerlos revueltos o para hornear.