Editorial: Farc, no futuro

Cuando se pensaba que las fuerzas armadas de Colombia habían bajado la guardia, recibiendo en los primeros días del nuevo gobierno repetidos golp frente a las Farc, sobreviene la baja de alias El Mono Jojoy, un hombre que sembró de terror el territorio colombiano.

A eso se suma el no menos brutal golpe del domingo pasado en la zona selvática del Departamento del Putumayo, con un saldo contundente: 27 guerrilleros abatidos, entre ellos Sixto Cabana, alias Domingo Biojó, uno de los 50 jefes de las Farc solicitados por la justicia de Estados Unidos como consecuencia de sus actividades relacionadas con el narcotráfico y "hombre de confianza" de los fallecidos cabecillas Manuel Marulanda y Raúl Reyes, y del comandante del Bloque Sur de ese grupo armado, Joaquín Gómez. Cayó también, en el mismo golpe de las autoridades, María Victoria Rubio Giraldo, alias Lucero Palmera, compañera sentimental de Ricardo Palmera, alias Simón Trinidad, hoy extraditado.

Los tres guerrilleros antes mencionados, quizá los más relevantes en el cubrimiento mediático del operativo, son paradigma de un conflicto que histórica y socialmente perdió su justificación.

Jojoy fue un hombre tan cruel que llegana a burlarse de los secuestrados en su poder.Victor Julio Suárez Rojas alias "Jorge Briceño Suarez" o "Mono Jojoy", había nacido el 5 de febrero de 1953 en Cabrera, Cundinamarca y era uno de los más importantes miembros del Secretariado de las Farc.

Se vinculó al movimiento guerrillero de las FARC en el año de 1975 como guerrillero raso y en forma progresiva fue ocupando los cargos de "comandante de escuadra", compañía y otros hasta llegar a pertenecer al secretariado de las Farc. Era considerado como uno de los rebeldes más radicales y violentos de ese grupo guerrillero.

Cabana, a su vez, era un líder del Departamento del Magdalena que se hizo visible ante la opinión pública luego de que fuera uno de los cabecillas de una marcha campesina que se originó en la Sierra Nevada de Santa Marta con la intención de obtener logros en vías, salud, educación y electrificación. Eso ocurrió en 1987 y las autoridades de entonces hablaron siempre de que la guerrilla estaba detrás de los labriegos.Años más tarde, el país supo que Cabana se había convertido en un guerrillero activo, empleando el alias de Biojó, un apellido inspirado en el legendario líder de las negritudes de Bolívar.

María Victoria Rubio, por su parte, jamás en sus 15 años de vida había evidenciado tendencias de izquierda, cuando conoció a un guerrillero veterano que la jaló tras un supuesto sueño revolucionario. Familiares de ella en Becerril, Cesar, hablan de que Trinidad "se la llevó", como si hubiera sido a la fuerza, cosa que otros ponen en duda. De cualquier manera, por cualquier razón que haya sido, la jovencita menor de edad terminó siendo arrastrada por el amor a una vida en la que terminó involucrándose a plenitud. De eso quizá sólo sea responsable el hombre mayor de edad que supo llegar a ese corazón sin experiencia, logrando ya en el monte que ella adoptara sus mismas creencias y llegara incluso a estar de acuerdo con él en la demencial noción de que la revolución era más importante que su familia, la cual incluía una madre anciana a la que le tocó salir de su Valledupar a recorrer el mundo.

La familia de Lucero sufrió como muy pocas las consecuencias de su decisión, viviendo en carne propia la violencia y el desplazamiento.

La pregunta que surge ahora, ante unos cadáveres que como todo ser humano sin vida deben ser mirados con respeto, es si las decisiones que tomaron en los 80’s valieron la pena, sirvieron para algo. Simón Trinidad, el banquero que terminó aterrorizando a Valledupar y que también es co-responsable del surgimiento de los sanguinarios grupos de autodefensa que bañaron en sangre al Cesar, está hoy en una lejana cárcel, mientras su movimiento subversivo es señalado en el mundo entero por las más atroces violaciones a los derechos humanos y de incurrir activamente en el narcotráfico, una actividad que nada tiene que ver con el sueño revolucionario de Ernesto Che Guevara y otros auténticos rebeldes del continente.

Biojó

A su vez, termina arrinconado, sin gloria ni reconocimiento, integrando un frente como el 48, que si por algo tiene fama, es por su particular capacidad de generar dolor a través de los más encarnizados métodos de sumisión y violencia. No parece haber, al menos no a simple vista, un acto significativo que haya logrado cambiar en algo las injusticias sociales del país. Por el contrario, todo lo que logró en vida fue dinamizar aún más el pavoroso espiral de la violencia y despertar el rechazo general del país.

En cuanto a Lucero, la historia termina siendo quizá más triste aún, como quiera que su hija, de sólo 18 años, se ve arrastrada por el estilo de vida que ella eligió, creciendo sin un hogar formal, con parientes generosos que accedieron a criarla. Ahora, según lo confirman esos mismos parientes, la joven de sólo 18 años también encontró un trágico final, como si hubiera nacido con el peor de los estigmas.

Son vidas perdidas, quizá de colombianos inteligentes, todas las cuales terminan convirtiéndose en paradigma de los verdaderos alcances de una causa que poquísimos incautos consideran heroica, pero que —tal como queda demostrado— no es más que la ruta segura hacia los más trágicos finales.

¿A qué siguen jugando los más de 8.000 hombres de las Farc que aún quedan en la lucha armada? Los brutales golpes de esta madrugada y del domingo, su responsabilidad en la muerte de una menor que no tuvo opción en la vida, deberían ser suficientes argumentos para entender que su lucha no tiene futuro.