El termómetro comenzó a trepar ni bien el Sol despuntó. Pero ni la certeza de un día agobiante detuvo a los jinetes. Por más de dos horas cabalgaron para llegar hasta donde se encuentra el oratorio del Cura Brochero, en la finca El Salado, Albardón. Allí recibieron la bendición del padre Andrés Riveros, una tradición antes de partir a Mogna. Es que el próximo 4 de diciembre será la fiesta mayor de Santa Bárbara. Con una misa en medio del desierto, los gauchos comenzaron a entrar en calor.

No fue casual que el padre Andrés, párroco de Albardón, eligiera ese paraje albardonero para entronizar al Cura Brochero en marzo pasado. Este es el paso obligado de los jinetes que optan por llegar a Mogna a caballo cada año. La travesía puede durar al menos cuatro días, dependiendo de paso de cada gaucho y de cuántas paradas haga en el camino. Pero lo que sí es casi una obligación, al menos entre albardoneros, es recibir una bendición la semana antes de partir. Este año aprovecharon la misa que se hace el cuarto domingo de cada mes, en ese oratorio (ver aparte).

Los gauchos llegaron cerca del mediodía al paraje porque, por el calor, hicieron varias postas para hidratarse. Salieron desde una finca de calle Nacional y La Laja, para luego tomar por la Lozano y así internarse en la huella que lleva hasta el Cura Brochero. Este fue el tramo más complicado. A las piedras y la tierra, se sumó una temperatura que casi pisó los 40ºC, a las 11 de la mañana.

Pero todo valió la pena para estos promesantes. Es que sus familias, que habían llegado al lugar antes que ellos, los recibieron con un aplauso. Con la vista nublada y el cuerpo agobiado se reconfortaron cuando, ni bien atravesaron la última curva que desemboca en el oratorio, observaron a la gente que comenzó a pararse de sus reposeras para recibirlos. Lo primero que hicieron, después de desensillar, fue buscar una sombra. La refrescada en el canal fue un ritual obligado, al igual que el rezo ante la imagen del Cura Brochero.

Entre el grupo de jinetes se encontraba el padre Andrés, ataviado con polainas, sombrero y pañuelo al cuello. Ni bien dejó a su caballo atado a uno de los algarrobos, se dedicó a bendecir al resto de los animales de la cabalgata y a sus propietarios que se quedaron hasta que el Sol se ocultó. Durante el día, no faltó el asado, el buen vino y hasta una guitarreada bajo los pocos árboles que hay en el lugar.