La orden era muy clara: había que fundar San José de Jáchal, había que alcanzar la mayor extensión territorial posible y ese nuevo centro urbano debía ser tan importante como la propia ciudad de San Juan de la Frontera. Los españoles creyeron que todo saldría acorde a lo planeado. Pero se equivocaron. Los aborígenes que vivían en Mogna se rebelaron, desconocieron toda autoridad española y pasaron dos largos años resistiéndose a ser asimilados al nuevo ejido jachallero. Con el tiempo, empezaron a negociar. Y finalmente pudieron constituirse como una población aparte, aunque bajo el dominio de España. Recién así pudo nacer Mogna, con su propia distribución de tierras y su propio trazado de calles. Sucedió hace exactamente 256 años, el 11 de agosto de 1753, y hoy los moquineros y las autoridades de Jáchal harán una serie de actos para evocar aquella fundación.
El caso Mogna está descripto en el Tomo I de la Historia de San Juan, de Horacio Videla. Contar con esos datos en fundamental, ya que el propio historiador consignó que no sobrevivió ningún vestigio de la fundación de Mogna. "Ni acta -escribió-, ni trazado de la villa, a excepción de algunas tapias y vestigios de ranchos, destruidos e inhabitados. El recuerdo de Mogna se pierde en la crónica de la vida".
Lo que sí queda es la reconstrucción a partir de relatos y documentaciones de los conquistadores e interpretaciones posteriores. Es a partir de su lectura que Videla contó que los nativos de Mogna, al igual que los de Ampacama, se negaron a asistir a la fundación de San José, en 1751, pese a que habían sido convocados con 20 días de anticipación. La rebeldía no terminó ahí. El fundador y máxima autoridad jachallera, Juan de Echegaray, pretendía parcelar las tierras moquineras para repartírselas a los habitantes siguiendo las líneas de San José de Jáchal. Pero los aborígenes se negaron.
Para Echegaray, la afrenta era un tremendísimo escollo político. Es que desde la creación de San José, la villa cabecera de Jáchal se había convertido en un núcleo poblacional e institucional que le competía en importancia a San Juan. Y la resistencia de Mogna no iba a ser para nada bien vista en la Junta de Poblaciones de Chile, a la que el fundador debía rendir cuentas. Y a su vez, la Junta debía pasar ese informe a la Corona. Entonces se decidió cortar por lo sano. Como los pobladores de Mogna y Ampacama pedían ser un "pueblo aparte", según narra Videla, entonces la Junta cedió, pero a medias. Les permitió no formar parte de San José de Jáchal, pero igual debían regirse por el sistema de los conquistadores.
Fue así que el 2 de mayo de 1753, la Junta ordenó fundar Mogna. Según el texto, lo que se encomendaba al corregidor de Cuyo, Eusebio de Lima y Melo, era que debía "a cada familia asignarse solar en que fabricase su casa; diez cuadras al cacique, cinco a cada individuo mayor de dieciocho años, tres a cada india viuda, y veinticuatro a cada comunidad de diez indios, y una legua de ejido para que en ella mantuviesen sus ganados". Y la frase que cerraba esa oración es lo que mejor describe el espíritu de la nueva fundación: "Sin juntarse con los españoles".
El 11 de agosto llegó entonces al pueblo aparte el corregidor Lima y Melo. Allí lo esperaban nativos y mestizos: los Quitapai, los Caica, los Alcane, los Gómez, los Blanco, tal como relata Videla. En medio del desierto, se hizo el trazado y formalización de propiedades. También se creó la iglesia. Y se decidió conservar el nombre aborigen de Mogna, proveniente de Moquina o Mukina, que fue traducido como "río de agua sucia" y "suciedad en el agua".

