En los últimos días, los bomberos tuvieron que responder otra vez a su llamada: una señora mayor, inmovilizada, pedía ayuda desde una casa céntrica. Al llegar, el oficial Domínguez y los hombres que lo acompañaban encontraron a Elsa, una anciana inválida que vive literalmente en el piso, ya que se arrastra para llegar de un rincón a otro. Está acompañada solamente por gatos y subsiste penosamente en medio de mucha basura y de un total abandono, en pleno centro. No es indigente: vive de su jubilación como ex directora de una escuela. Se niega a ser trasladada y cada vez que acuden los bomberos a su casa, les pide que le corran el pasador de la puerta o la ayuden a subir a una silla.

Elsa está sentada en el piso, vestida apenas con un deshabillé que alguna vez fue de color rojo oscuro. Tiene el pelo blanco, sucio y desarreglado, y los grandes ojos miran fijamente desde abajo, donde sus piernas deformadas por la artritis la obligan a permanecer. Habla, habla sin parar y gesticula, moviendo las manos enérgicamente, con los dedos deformados y lastimados, pero que todavía le permiten sostener el auricular del teléfono para pedir comida a algún delivery.

Desde la calle, la casa parece una casa cualquiera, con un poco de hojas aquí y allá, pero nada más. Al trasponer la puerta el paisaje cambia, porque la oscuridad y el hedor nauseabundo marean. No parece una casa que queda a escasas cuadras de la plaza 25 de Mayo, tal es el grado de abandono en que se encuentra esta mujer que ni siquiera puede caminar.

Alrededor todo es basura. Los gatos de todos los tamaños y colores que conviven con ella se han adueñado de todos los ambientes de la casa, y caminan sin problemas sobre un piso que ya no es posible reconocer por la tierra, heces y desperdicios de todo tipo.

La corriente de aire que entra por las puertas y ventanas rotas apenas alcanza a aliviar la pesadez del olor que hay dentro de la casa, pero enfría los ambientes de tal manera que no hay donde abrigarse. Un colchón en el piso, con gran parte del relleno afuera, parece ser donde Elsa come y duerme, junto a sus gatos.

Elsa se arrastra, llega hasta el teléfono, ordena comida en voz alta y se enoja con su interlocutor cuando parece no interpretar su pedido. También se enoja con Dora, la mujer que llegó hasta la casa respondiendo a un aviso en el diario solicitando servicio doméstico. "Usted no abra la boca, déjeme hablar a mí", dice Elsa y fulmina con la mirada a la desconcertada mujer, que confiesa no saber si irse o quedarse allí. "Me iría ya mismo, pero me da pena dejarla sola. Voy a esperar un rato a ver si viene alguien a ayudarla, pero me parece que para convencerla de salir de acá va a hacer falta un psicólogo", dice mientras camina tratando de no pisar la materia fecal de los gatos que cubre el piso de la cocina.

"¡Traiga la escoba y empiece a barrer!", ordena Elsa, convencida de que encontró la solución a sus problemas. "Yo lo único que necesito es una empleada buena y honesta, trabajadora, que quiera quedarse cama adentro y limpiar. No quiero que me lleven a ninguna parte, no necesito ayuda de nadie, porque cuando quiero comer agarro el teléfono y listo", dice enfáticamente.

Cuenta que tiene 90 años, que nació en Iglesia, que fue directora de una escuela y que se quedó sola porque hace mucho murieron su marido y su único hijo, pero evita hablar del presente: con insistencia, repite que quiere que la dejen tranquila y que lo único que necesita es "alguien que haga la limpieza, pero que no se robe nada, porque ya he tenido empleadas que me han llevado de todo".

No sin esfuerzo, Dora la ayuda a sentarse en la única silla sana que hay. Elsa no para de hablar y cuenta que vinieron los bomberos y su sobrina Pety. "Yo nos los llamé, no sé por qué vinieron: son unos muchachos muy buenos, muy atentos, voy a ver si les hago un regalo", dice. Su conversación tiene la rapidez que le niegan sus piernas enfermas y con una agilidad mental asombrosa para sus 90 años, salta de un tema a otro. "Una silla de ruedas me vendría bien. Yo tengo PAMI, pero nunca lo uso, porque no necesito remedios de ninguna clase. Anoche dormí en el piso, porque me dio miedo subirme a la cama. Pero dormí bien, una hermosa cama en el piso tapada con frazadas", dice Elsa. Y por enésima vez, se niega a irse a otro lugar donde estaría mejor cuidada: "Esta es mi casa, ¿sabe lo que me costó a mí esta casa? No pienso ir a ningún lado".