Un estudio de la especialista Ximena Olmos explica que a partir las demandas de sus mercados internacionales, las bodegas chilenas fueron incorporando distintas prácticas ambientales, entre ellas la de medir su huella de carbono. En ese proceso fue crucial la experiencia de la líder Concha y Toro y programas público-privados que permitieron capacitar a las bodegas en aspectos técnicos y realizar ejercicios pilotos de medición. Hoy cerca del 70 por ciento de las exportaciones de vino chileno tienen medición de su huella de carbono.
La información sobre la huella de carbono propiamente tal aún no se incorpora en las etiquetas de los vinos chilenos. Esto se debe en parte a que la información obtenida por distintas bodegas a menudo no es comparable y puede inducir a confusiones entre los consumidores.
Lo que sí se comunica en el producto final es el uso de botellas livianas, práctica incorporada incluso en aquellas empresas que no miden su huella, y los vinos ‘carbono neutrales‘ así como la compensación de las emisiones de los envíos internacionales de sus vinos.
El año 2010, Chile ya era el quinto exportador de vinos del mundo. La industria vitivinícola chilena daba cuenta de su inquietud ante el tema ambiental, básicamente a partir de las informaciones procedentes de Europa que indicaban que al año siguiente Francia comenzaría a aplicar una nueva ley que obligaría a informar sobre la huella de carbono.
A partir de los resultados de las distintas huellas, se asume que en promedio un litro de vino tiene una huella de 2 kilos de dióxido de carbono.
En el 2001 con una producción mundial promedio de 2.668,3 millones de litros de vino, las emisiones globales de GEI para la producción y distribución de vinos serían de 5,33 millones de toneladas de CO2. Considerando que el total de emisiones en el mundo en ese momento era de 6.300 millones de toneladas de carbono, el vino representaba el 0,08%.
