"¡Otra de chanfaina, Lindor!", gritó un hombre. Y Lindor, cucharón en mano, se apuró a servir la bandeja de chanfaina para los comensales que esperaban en el mesón. Y después siguió revolviendo el chivo al vino que reposaba en un lavarropas devenido en gigantesca olla, "con poquitas brasas, nada más que para mantenerlo", dijo. En el mesón donde se vendían las porciones, donde la gente esperaba su turno en largas filas, se mezclaban los comentarios con distintos acentos: francés, alemán, inglés y "cordooobés, pero del lado de adentro", según aclaró risueño un abuelo que esperaba con su nieto de la mano. De las más de 1.000 personas que coparon el predio de la escuela Julieta Lanteri, en La Majadita, la mayoría eran turistas. Y así la localidad vallista se convirtió por un día en la gran metrópolis, gracias a su Fiesta del Chivo.
El sol que caía sin una sola nube que lo detuviera puso calor al mediodía vallisto. En el camino a La Majadita, del lado del cerro que queda a la sombra, todavía había nieve de días anteriores; sin embargo después de la 1 de la tarde, las camperas empezaron a sobrar y el señor que vendía sombreros sacó ventaja de la resolana. Los que más compraban eran justamente los visitantes, buscando mitigar el calor, porque los lugareños preferían soportarlo o lucir boinas, gorras y otras prendas más típicas: "Esos sombreros son de cowboy, no de gaucho, m’hijo", advirtió una señora a su niño, que insistía en que le compraran uno.
En la parrilla, los chivos se doraban lentamente y el olorcito tentador inquietaba al público, que cuando se acabaron las mesas armadas, empezó a bajar los tablones y sillas que esperaban apilados. En pocos minutos, el predio se cubrió por completo, mientras en el escenario se sucedían los números musicales. Entre uno y otro, el animador Jorge Pascual Recabarren preguntaba por la procedencia de los presentes y de todos los rincones se alzaban voces: "¡De Buenos Aires!", "¡De Mendoza!", gritaban. Y cuando preguntó si había alguien de otro país, varios grupos dispersos se pararon y aplaudieron, para señalar su presencia.
Y sin importar el idioma o el lugar de origen, todos corearon cuando el vallisto Gringo Soria cantó "tu alma es como agua de cardón, siempre blanca, así te amo yo": un estribillo que todos aprendieron y que terminó de instalar el clima de fiesta, que se extendió durante todo el día.

