Antes hubo imágenes de San Expedito y la Virgen, pero la mujer del chaleco rojo dijo que se las robaron, por eso colocó estampitas cubiertas con bolsas transparentes. Antes, también, la enredadera que creció dentro del hueco caía con gracia y abundancia y era la adoración de las mujeres amantes de las plantas. En la esquina de 25 de Mayo y Jujuy hay un árbol que no se parece a otros. Y es porque tiene una especie de gruta en su tronco, en el hueco de una rama trunca. Es el árbol de la gruta o, como le gusta decir a la mujer del chaleco rojo, la Gruta del Árbol.

Hay unas estampitas de San Expedito, de la Madre de las Maravillas y de la Virgen de Fátima. Y una cruz hecha con una madera y un pedazo de cartón. La idea de aprovechar el orificio del tronco para hacer la gruta es de la mujer que vende revistas en esa esquina. Se llama Graciela, usa un gorro de lana aunque haga calor y ese chaleco rojo. No le gusta hablar mucho de su vida. Sólo dice que nació en Mendoza, que vivió muchos años en diferentes provincias y que en los "70 se vino a vivir a San Juan. Que decidió quedarse soltera porque no conoció al hombre que la llenara. Y que es profundamente creyente, al punto que eligió a San Expedito para la gruta porque es el único que puede curar tanto mal que ve en las calles.

"A la persona que rompió las plantas, le pido a San Expedito que le dé un castigo, porque estaban dedicadas a él", dice un cartel que escribió Graciela y que clavó en el árbol, dolida porque alguien mutiló la enredadera.

Los días de la mujer transcurren tranquilos en la esquina de la gruta del santo que aplasta un cuervo, la del árbol que permitió que otra planta creciera en su cuerpo de savia. Y mientras espera que su aporte a la salvación de los males cumpla su cometido, se regocija simplemente con ver a alguien persignarse ante su gruta viva.