Un baldazo de agua helada, por lo inesperado, por lo fatal. El verano estaba cerca, sin embargo ese día amaneció frío y nublado. La muerte llegaba para llevarse a uno de los sacerdotes más queridos por los sanjuaninos. El 4 de octubre de 1996, Jáchal despertó con una noticia que desgarró los corazones todos. El padre Mariano Ianelli había sido encontrado muerto en su casa.

El cura sanador, el de los milagros. El que la gente esperaba durante horas para recibir una bendición, el de las palabras amables y cargadas de amor.

Cada día cumplía a rajatabla una misma rutina. Se levantaba temprano e inmediatamente se dirigía a rezar al reclinatorio. Pero ese día todo fue distinto. Los minutos corrían y él no aparecía. A su hermana le llamó poderosamente la atención esa demora y por eso fue a buscarlo hasta su habitación. Ianelli estaba recostado sobre su cama. Creyéndolo dormido, la mujer se acercó para despertarlo pero cuando le tocó las manos estaban frías y fue allí cuando Virginia entendió lo que acababa de suceder.

Mariano Ianelli.

En pocos minutos, la muerte del padre Mariano había llegado a oídos de todos. Y nadie podía creerlo. Es que no debía ser cierto. Era muy joven, tenía sólo 50 años. El día anterior, pese al fuerte viento Zonda, ofició tres misas. Incluso viajó a Niquivil para asistir a unos enfermos. Y se lo vio muy bien, siempre dispuesto a ayudar a los más necesitados. Sufría hipertensión arterial e incluso recibía medicación diaria por ese tema, pero un ataque al corazón acabó con su vida poco antes de las 9 de la mañana. La tristeza se apoderó de un pueblo fiel que ahora no podía hacer más que llorar a su cura. 

Miles de fieles se acercaron a despedir los restos de Ianelli.

Sus restos fueron velados en Iglesia de San José, donde el día 13 de cada mes miles de fieles de toda la provincia e incluso de otras zonas del país, se acercaban para participar de sus misas. Las misas de los milagros. Personas con discapacidades, con problemas de salud, madres con sus hijos enfermos, ancianos con dolores. Todos se acercaban a verlo, convencidos que podría darles una cura a su dolor. 

Sin embargo, él siempre fue muy reticente a esto. “Yo estoy convencido que no tengo poderes, soy un simple sacerdote. Todo lo que hago es con fe y amor. Ayudo a sanar el corazón, los sentimientos, pero el enfermo tiene que ir al médico. Hay mucha sugestión y eso confunde. En la confusión la gente confunde prodigios con milagros. El milagro lo hace sólo Dios", decía una y otra vez.

Miles de personas se acercaban a presenciar sus misas. 

La elección del día 13 para realizar sus míticas misas, no fue azaroza por parte del sacerdote. Devoto de la Virgen de Fátima, siempre dijo que ese día era el que más apariciones hizo la Madre de Dios. Llega a oficiar hasta tres por jornada y cada una se extendía hasta cuatro o cinco horas. Con toda la paciencia que implica tener cerca a la única esperanza de sanación, los fieles esperaban felices, ansiosos, y por sobre todas las cosas, esperanzados.  

Sus restos fueron velados en la Iglesia de San José. Miles de feligreses desfilaron ante el féretro. Todos lloraban y rezaban por su alma. Sin distinción de edades. Niños, adolescentes, adultos y ancianos se acercaron para darle el último adiós a Ianelli. Desgarrados por tanto dolor, con el corazón hecho trizas.

Su cuerpo fue trasladado en caravana hasta la ciudad de San Juan, donde unas cinco mil personas también lo esperaban para saludarlo una vez más. Se vivieron escenas conmovedoras, de verdadera devoción en la misa oficiada por Monseñor Di Stéfano en la Catedral y con el féretro ubicado frente al altar. 

Si bien el deseo de los jachalleros era que el cuerpo permaneciera en el departamento norteño, la decisión de Ítalo Severino Di Stefano fue irrevocable: el obispo quería que Ianelli regresara a la ciudad y fuera sepultado en la Capital.

Visiblemente afectado, el obispo dijo: "recen por nosotros, para que llenemos el vacío que dejó. Que mi querido padre Mariano, desde la gloria, rezará también por ustedes". Otros 28 sacerdotes estaban con él. 

Monseñor Di Stéfano dijo sentidas palabras para despedirlo en la Catedral.

El ataud cubierto de flores fue cargado por efectivos de la Gendarmería Nacional. La gente se agolpó intentando tocarlo, por lo que tuvieron que realizar un cordón humano para evitar desbordes. Las campanas sonaban sin cesar. El cortejo fúnebre compuesto por dos carrozas se abrió paso por Ignacio de la Roza hasta el cementerio de la Capital, donde el sacerdote descansa actualmente. 

Miles de personas en la Catedral.

Allí, la desesperación de la multitud por estar junto a él era tal, que uno de los párrocos tuvo que pedir tranquilidad para evitar un desastre. Es que por momentos, el tumulto se volvía incontrolable y amenzaba con tornarse peligroso.

Con lágrimas, flores, rezos y una fuerte ovación, los sanjuaninos despidieron a su cura. Al de los milagros, al de la sanación. Al cura del pueblo.