Ayer, la cuadra amaneció sin el típico bullicio de todos los días. En el mercado de la esquina no pusieron música como hacen habitualmente para alegrar a los clientes. Y las mujeres salieron a limpiar la vereda, pero sin ánimo de conversar entre ellas. Todo para expresar el dolor por la pérdida de una de las vecinas que supo conquistar el cariño de todo el barrio. Se trata de Claudia Faelli, una mujer a la que sus familiares y vecinos describieron con una persona de gran corazón que dedicó su vida a ayudar a los demás. Tenía 49 años y era maestra de Educación Especial.

Rosa Winer llevaba 10 horas sin comer. Pese al paso del tiempo aún no podía asumir que no volvería a ver a su hija nunca más. Ni siquiera los vecinos que se acercaron a darle su apoyo lograron convencerla de que se alimentara. Una y otra vez repetía que su hija era muy sana y que no merecía morir. “Siempre decía que iba a vivir hasta los 80 años porque tenía muchas cosas por hacer todavía. Era humilde, pero no le importaba compartir lo poco que tenía con los demás”, dijo la mujer.

Gabriel Mingues, uno de los vecinos del barrio Salvador María del Carril, no pudo contener las lágrimas. Fue uno de los primeros en ver el cadáver de Claudia en el microhospital de Albardón. Ni bien se enteró del accidente llevó a los familiares de la mujer hasta el lugar. Quiso devolver en parte los cientos de favores que recibió de forma desinteresada de parte de su vecina. “Claudia trabajaba en una institución para gente discapacitada de 20 a 8 horas, de ahí pasaba directo a otro centro de discapacitados en Rawson. Llegaba a su casa alrededor de las 13 y no le importaba no dormir la siesta con tal de alimentar a mis perros cuando con mi familia estábamos de vacaciones. Como buena persona se merecía un 10”, dijo el hombre.

Ayer al mediodía Romina, la hija de Claudia, regresó a la casa que compartía con la mujer luego de tramitar su velatorio. Ni bien llegó a la vivienda volvió a intentar hacer que Punky, la perra de su madre, entrara en la casa. No pudo. El animal se echó en la puerta, para seguir esperando en vano la llegada de su dueña, la vecina más querida del barrio.