Tuvo que enfrentarse a la Justicia, a la Policía y a una vecina, pero no dejó de curar y alimentar a los perros que viven desprotegidos en la calle, siempre poniendo su propia plata y su propio tiempo. Y dice que "los animales son los únicos que no le muerden la mano al que les da de comer, por eso les dedico mi tiempo". Su nombre es Estela Videla, tiene 50 años y cuenta que ayuda a los animales desde que nació. Hoy, en el Día del Animal, irá, como todos los días, a darles de comer a los perros de la calle que cuida y a los 2 que tiene en su casa.
"Yo veo lo que los demás no ven -dice la mujer-. Recuerdo que una siesta de verano, cuando tenía un local de venta de ropa en el Híper, vi a un perro que estaba en la playa de estacionamiento, bajo el Sol, calcinándose. Estaba herido, lo habían atropellado y se le veía hasta el hueso de la pata". Además, recuerda que "yo iba a la confitería y pedía agua fresca para llevarle al Lolo, ese es el nombre del perro, hasta que lo traje al sótano de mi negocio en el centro para curarlo. Pero descubrieron que lo tenía ahí y me lo tuve que llevar a mi casa". Y agrega riendo: "El Lolo empezó a mejorarse y me comió todo: 5 pares de zapatos, los cables del teléfono, del televisor y de la máquina, porque yo coso parte de la ropa que vendo. El Lolo era un perro hermoso, blanco y de ojos claros. Y cuando se sanó se lo regalé a una familia".
En el momento en que Estela ayudó a Lolo, tenía un auto. Era un Fiat 147 y la mujer lo llama "la ambulancia". A bordo de ese auto, Estela recorría la ciudad para llevarles comida a los perros callejeros y, si estaban enfermos, los trasladaba al veterinario o a su casa. Después los trasladaba también a las casas de las familias que querían darle un hogar. "Yo ponía avisos en el diario, la gente se comunicaba conmigo y yo les llevaba los perros a domicilio", dice la mujer. En la ambulancia, Estela trasladó inclusive al perro que, a principios del año pasado, se metió en los baños del Hospital Rawson provocando las quejas de la gente por el olor nauseabundo que emanaba de un tumor que tenía en su estómago.
Pero sus días de chofer de ambulancia terminaron: en marzo de 2009 el auto se fundió y no lo pudo arreglar. "Ahora hago lo mismo que antes, pero en las zonas a las que puedo llegar caminando y cuando tengo que trasladar a un perro enfermo le pido a alguien que tiene vehículo que nos lleve", cuenta la mujer, que también le da alimento a algunos gatos. La tarea de Estela es ardua: "Todos los días, salgo de trabajar de mi negocio en el centro, compro unos 10 kilos de huesos y les doy de comer a los 8 perros que hay en la plaza, esos son los niños que tengo en el centro. Después me voy en colectivo a mi casa en Rawson, ceno, me pongo las chancletas y me voy caminando hasta el puente de la Circunvalación, donde viven 7 perros que también alimento".
Además, Estela les da de comer a los 2 perros que viven en su casa. No puede tener más porque una vecina la denunció y el juez sólo le permite tener dos animales. "Hasta estuve presa por los perros. Pero bueno. Parece que a la gente le molesta que uno haga estas cosas, que sea buena", reflexiona Estela. Y dice que lo que espera en el futuro es poder contar con un terreno, que no esté a su nombre, sino que sea de los perros, para que los animales vivan allí mientras ella encuentra una familia que los pueda adoptar.

