Hasta las 3 de la tarde del sábado, el cielo calingastino no se dejó ver en todo su esplendor. La lluvia había embarrado casi todo el predio de La Ermita, un lugar mágico enclavado en el corazón de Tamberías, donde los cerros hacen de caja de resonancia para todo tipo de sonido. Pero acostumbrados a sortear dificultades, los organizadores del 15to. Festival del Ajo hicieron oídos sordos a los presagios de lluvia y ni bien empezó a sonar la música desde el escenario, el cielo se empezó a abrir. El olor a la tierra mojada se mezclaba con el aroma que salía de los ranchos de comida y la gente empezó a llegar por manojos, algunos trayendo sus propias conservadoras y otros, decididos a disfrutar del espectáculo saboreando algún rico choripán o pollo a la parrilla.
La noche, fresca pero no demasiado, fue ideal. En un costado del predio, se ubicaron algunos artesanos calingastinos, con sus obras expuestas tanto para la venta como para el halago de los visitantes. Hasta allí llegaron Gladys y Rubén Vidal, con sus tallas en madera de nogal y sus prendas tejidas al telar. Rubén es el autor del Cupido tallado en madera que se hizo para la Fiesta de los Enamorados, en Barreal, y Gladys lo acompaña con la obra de sus manos: bolsos, buzos y remeras que promocionan al departamento. Muy cerca se ubicó Inés, otra artesana calingastina, que aprisiona lo mejor del sabor del tomate en todas sus formas: en mermelada, en salsa o desecado.
Los visitantes habían venido desde todos los puntos del departamento: Barreal y Villa Calingasta eran las hinchadas más ruidosas, después de los locales tamberianos, cada vez que Jorge Pascual Recabarren los invitaba a saludar desde el escenario. Pero también había muchos mendocinos, encantados con el lugar y también chilenos, que aplaudieron con entusiasmo no sólo a los créditos locales sino también a Marcela Morelo, el número central traído desde Buenos Aires (ver página 11).
Los productores de ajo de Tamberías, dueños y hacedores del festival, se ubicaron en una larga mesa en la mitad del predio. Fue la mesa más visitada de todas, porque hasta allí llegaban los vecinos de la localidad para dejarles su saludo. Las 5.000 sillas estaban ocupadas casi por completo cuando poco antes de las 11 de la noche, el cielo se iluminó con los fuegos artificiales, marcando el comienzo del espectáculo. Al mismo tiempo, los ranchos de comidas se iban llenando de gente, ansiosa por llevar a su mesa unas empanadas, una porción de pollo con ensalada o algo un poco menos autóctono, pero igualmente tentador: un super pancho con papas fritas.
Cargados con luminosos, los vendedores ambulantes circulaban entre las mesas, ofreciendo a los chicos sus productos. A cada rato, una hélice voladora se elevaba a lo alto y no siempre volvía a las manos de su dueño, tomando desprevenido a más de uno que terminó con el juguete en la cabeza.
Cerca de las 4 de la mañana, La Ermita todavía resonaba como una inmensa caja musical, mientras una brisa cordillerana obligaba a buscar los abrigos traídos para no resfriarse con el sereno de la noche. Y de a poco, con sus chicos dormidos cargados en los brazos, algunos empezaron a irse, marcando así el principio del final del 15to. Festival del Ajo.