Previa explicación de la profesora Adriana Quiroga (de la escuela Luis Braille) sobre la denominada Técnica de Rastreo, me pusieron un antifaz, me dieron el clásico bastón blanco y me lancé a la difícil aventura de convertirme en una no vidente por unos minutos en el corazón de la ciudad. Arranqué despacio en el cruce de las peatonales, y en cada paso meditaba concentrada qué era lo que debía hacer a continuación. A mi primer movimiento con la pierna derecha, debía mover el bastón hacia la izquierda; al siguiente paso con la pierna izquierda, el bastón tenía que ir hacia el lado contrario. En unos pocos metros ya había logrado un mínimo de coordinación. Así, lo que parecía ser una tarea imposible se convirtió en posible. Pero muy difícil.
Lo más complicado de controlar fue la tentación de sacarme el antifaz. El miedo de caerme, pero sobre todo el terror de quedarme sola, a oscuras, en el medio de la Peatonal, sin tener la certeza de saber hacia dónde me dirigía a cada paso, era lo que más me preocupaba.
La solución inmediata fue empezar a hablar o más bien a suplicarle a mis guías que no me dejaran sola. Pero la ironía de saber que una de mis dos acompañantes era una chica ciega de verdad, llamada Gisella, me contenía a cualquier reacción claustrofóbica o ataque de pánico.
Iba sola con mi bastón y la sensación de compañía de alguien a mi lado era lo que me calmaba (unos minutos después Gisella me contó que sale sola a la calle sin depender de nadie y sentí vergüenza: ella es mucho más valiente que yo, pensé).
Un poco más animada, aumenté la velocidad de la marcha. De vez en cuando me confundía al coordinar, paraba y empezaba de nuevo. Como soy zurda, mis guías tuvieron que cambiar de lugar. Mi brazo izquierdo debía estar pegado al cuerpo y mi mano era la única que debía moverse en un vaivén de hombro a hombro. Eso para no hacer un movimiento muy amplio, lo que inevitablemente modificaría mi rumbo, me explicó Adriana.
El esternón es el que determina el alto correcto del bastón para cada ciego. Eso también influye al caminar. Y, si bien mi bastón estaba a la altura adecuada, me resultó imposible caminar hacia donde quería. El problema fueron los obstáculos que fui encontrando en el camino. El bastón chocó con algo, no era sólido, tenía como varillas y, sabiendo que estaba en la Peatonal, deduje que se trataba de las rejas que protegen los canteros. "Tenés que bordearlo", me decían, así que despacio fui haciéndome camino por donde podía pasar.
Unos minutos más y desistí. Paré y mi guía me preguntó "¿dónde crees que estás?"; pensé en los pasos que había dado y en el tiempo que me había llevado hacerlo, y le dije: "Seguramente cerca de la Avenida Central". Me saqué el antifaz y, para mi sorpresa, lo que yo pensaba que había sido un recorrido en una dirección recta no lo fue y, que en lugar de ir derecho hacia el frente, me había desviado varios metros y había terminado caminando en círculo.

