La vía libre para chayar arrancaba a las catorce horas y culminaba a las seis de la tarde, eran dos fines de semana consecutivos y en muchas barriadas eso era una fiesta, vecinos que sacaban a la vereda fuentones y hasta enormes tachos alimentados de agua por una larga manguera, niños y adolescentes preparados con sus tarritos, bombitas de agua y pomos a los que lamentablemente siempre se les perdía la tapita a rosca. Lo de las bombitas era todo un tema, las chicas prometían en conjunto participar de la chaya pero si los muchachos no usaban bombitas, estos aceptaban pero la promesa les duraba media hora y ya aparecían con el arsenal que ocultaban infladas de agua en el lavadero del fondo de alguna casa, pasa que estos juguetes de agua fueron concebidas para ser infladas con mucho líquido y que al mínimo y cercano contacto con un cuerpo se rompan y despidan todo su interior mojando a la víctima pero la maldad era muy fuerte entonces se inflaban con poco agua como para que quepan en el interior de la mano y así poder impulsarlas con mucha fuerza de cerca o lejos del objetivo para que una vez producido el impacto no solo moje también cauce dolor. La presencia de malvados chayando con estos proyectiles, creo que fue el motivo de la anulación de la chaya libre. Era una maravilla ver como los vecinos con balde en mano corrían descalzos por una vereda a la señora de enfrente, y como el factor sorpresa era fundamental, no era de extrañar que en el momento menos pensado por encima de la pared del fondo recibieras un soberano baldazo de los de al lado.

Estampas de aquellos años con la barra de muchachos perseverando en la esquina como nunca jamás lo hicieron aguardando la aparición triunfal de la rubia de a la vuelta, los mas niños molestando con el Bombero Loco y el vecino que tenía teléfono convocando al barrio a las caravanas chayeras que organizaban los medios radiales.

En los grupos de trabajo siempre había un malvado que le lanzaba un vasito de agua a la gerente, y en las plazas y algunas esquinas tradicionales se contaban de a cientos los practicantes del carnaval.

A eso de las ocho cuando ya se iba perdiendo el Sol, los pibes se disfrazaban, era común ver por esas veredas sanjuaninas a damitas antiguas, brujas, mujeres biónicas, el caballero rojo y pistoleros con esas máscaras de plástico duro que se rompían al primer movimiento brusco, entonces llegaba la hora de rumbear para el carrusel del carnaval, ahí como en los bailes quien reinaba era el tarrito de agua nieve aunque los pomos no se quedaban atrás. En pleno desfile las madres admiraban los carruajes y comparaban candidatas a reina, los padres y muchachos varios más bien aplaudían las hermosas chicas de las comparsas con sus diminutas vestimentas y sus sensuales bailes, los niños preferían las bicicletas locas, el domador de suegras, los muñecos de Desgens y el enigmático Rey Momo.

¿Quién determina que haya chaya libre o no?, ¿el Poder Ejecutivo o el Judicial? Estoy seguro que un día algún candidato en campaña proselitista ganará las elecciones haciendo una gran promesa: "Si ustedes me votan, yo les aseguro que habrá subsidios para que las instituciones puedan organizar sus bailes de carnaval, el carrusel no sólo se nutrirá de las mejores comparsas de la provincia sino que traeremos las representaciones de Corrientes, Gualeguaychú y Río de Janeiro y sobretodo vuelve la chaya libre a San Juan".