Existen distintas historias vinculadas a la llegada de la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción, a la que llaman La Patroncita por conocerla como quien encabezaba los recorridos de los arrieros y a la que se le reza pidiendo lluvias. Sin embargo, hay una de esas leyendas que es la que más se extendió. Según cuentan, quien trajo la imagen fue el sacerdote Cano, en época de evangelización. Los indígenas comenzaron a venerarla, hasta que un levantamiento destruyó el templo y la imagen. Entonces, los indígenas tallaron una imagen en piedra y, ante la amenaza de un nuevo alzamiento, la escondieron. Años después la encontró un arriero que llevaba vacas a La Rioja y se había refugiado bajo un algarrobo por un gran temporal. Al momento de seguir viaje, los animales no querían salir del corral y el hombre atribuyó ese comportamiento a que la Virgen no quería irse. Por eso, le construyó un templo a la orilla del río. En 1892, el obispo Achával trajo la imagen que hoy se venera y mejoró el templo. A su vez, en 1971, el sacerdote Alejandro Farías diseñó la imagen actual de la capilla, que se caracteriza por sus formas circulares y porque el púlpito, la pila bautismal y los bancos están al aire libre. Si el edificio se mira desde los cerros, se puede ver que tiene la forma de la flor de Lis.
