La sal carcomió la suela de sus zapatillas y dejó un veteado blanco en la tela. Por eso, Luisa Carrizo, quien espera el micro a la vera de la ruta, lleva en una bolsa de plástico otro par de zapatos. Ella, al igual que sus otros vecinos, suele tener un calzado extra cada vez que va al centro, para caminar con algo que no esté lastimado por la sal. Esto es parte de la vida cotidiana en Las Cañitas, un poblado en el departamento 9 de Julio que está asentado sobre tierra con salitre y en donde la gente ya se acostumbró a vivir con la piel curtida, con la sal avanzando por las paredes y sin poder plantar ni una flor. Pero pese a todo, la gente allí no quiere irse e incluso trata de construir mejores casas. Es más, el lugar suma nuevos habitantes, por lo que sigue creciendo.

En este paraje, a los dos lados de la ruta, el paisaje aparece como nevado, pero los costrones blancos se deshacen a cada paso descubriendo la tierra húmeda. En Las Cañitas, los árboles se cuentan con los dedos de la mano. Las flores y plantas directamente no existen allí. "La sal no deja crecer nada. Traemos tierra de otro lado, pero igual, tarde o temprano, todo lo que plantemos se va a secar", cuenta Margarita Tessare (65), mientras toma sol al costado de la casa de su hija. La vivienda está hecha de barro y cañas, como la mayoría en el lugar. Es por eso que el poblado se llama Las Cañitas.

No hay solución para el salitre, que sube desde las capas subterráneas. La plaga blanca se cuela entre los ranchos, sube por las paredes y arruina los muebles, especialmente en las casas que tienen piso de tierra. La Municipalidad de 9 de Julio empezó a llevar tierra para relleno y varios la reciben. Pero eso es una aspirina ante el cáncer.

Miguel Ríos tiene una gomería delante de su casa. Cuenta que se vino a vivir allí hace 8 años y que usó casi 100 camionadas de tierra para elevar el nivel del suelo, antes de construir su hogar. Creyó que había ganado la batalla pero, como si fuera un enemigo tenaz, al tiempo el salitre empezó a emerger nuevamente a la superficie. "Ya llegó a la altura de las ventanas. Y eso no es todo, hay tanta humedad debajo de la tierra, que la casa se me está hundiendo. A todos los que vivimos acá, tarde o temprano, se nos va a hundir la casa", pronostica agorero.

"Vivir con el salitre es regar con la manguera sabiendo que cuando el agua se seque, todo va a quedar más blanco. Es tener a los niños con la piel paspada y el pelo duro. Y un patio sin flores ni árboles, que no dan ganas de arreglar ni limpiar", dice Ramona Torres (36), madre de seis hijos y trabajadora en las cosechas, quien vive allí desde hace 10 años y quien pese a todo, no se iría del lugar.

La cancha de fútbol de Las Cañitas es simplemente un manto blanco, donde no existen las líneas de cal y cada partido es una gran polvareda. A los pocos metros, en casa de los Figueroa, Jonathan (21) trabaja en el relleno de lo que será la futura casa de la familia. Ya hicieron las zanjas para colocar las columnas de hierro y para pelearle al salitre colocarán un nylon negro. "Vamos a poner el plástico debajo de los cimientos. Nos tiraron esa ida y esperamos que dé resultado", se ilusiona el joven. "Ya estamos a acostumbrados al salitre, a andar siempre blancos, a cambiar las zapatillas seguido, porque no duran. Pero nos criamos aquí y esto es parte de lo que somos", cuenta el muchacho, uno de los tantos hijos del salitre en Las Cañitas.