Convierten frases en señas en la Fiesta del Sol, congresos multitudinarios o eventos masivos, pero también hacen su trabajo en misas, en conciertos, seminarios e incluso juicios. Anabella Robelli y Viviana Salinas son las dos intérpretes de lengua de señas más conocidas de la provincia, luego de años de trabajo. Detrás de estas mujeres que siempre suelen vestir de negro sobre los escenarios se esconden historias de amor y dolor, curiosidades escénicas y una lucha constante por ampliar su llegada a los sordos. Por eso, se consideran un puente entre el mundo sonoro y el de los silencios.
Anabella nació en Buenos Aires peros sus padres son sanjuaninos. Siempre pasaba por la puerta de un instituto, hasta que un día entró y nunca más dejó de ser intérprete. Era una señal del destino, porque ya con sus títulos bajo el brazo, llegó años después a San Juan y se sumó al Centro de Recursos Especializados en Sordera, Ceguera y Otras Múltiples Discapacidades de América del Sur (Crescomas). Allí se enamoró de Miguel, quien es sordo, se casó y tiene 4 hijos.
Viviana se convirtió en intérprete mientras buscaba actividades que mantuvieran su mente ocupada, tras la muerte de su hija. Fue como una terapia que le permitió canalizar un sentimiento de querer ayudar los discapacitados, como su niña. Y de aquello ya pasaron 8 años.
Anabella ya estaba en Crescomas cuando entró Viviana y rápidamente entablaron amistad. Desde hace unos años, en actos oficiales o eventos masivos, ahí están ellas para poner sus manos al servicio de los espectadores sordos. ’Arriba de un escenario nos ha pasado de todo un poquito. Por ejemplo, aunque parezca extraño hay locutores que no aceptan que compartamos escenario y nos corren. Y alguna vez nos hemos caído delante de miles de personas’, contó Anabella.
La mujer también tuvo que intervenir en un juicio en el que estuvo involucrado una persona sorda, acusada de homicidio, por lo que sintió mucha presión: de la correcta interpretación dependía la libertad o la condena de una persona.
’Interpretar canciones siempre es un desafío, porque no sólo trabajan las manos, sino también el resto del cuerpo y especialmente los gestos de la cara. Nosotros tenemos que transmitir lo que el cantante genera con su voz. En las peñas es donde solemos divertirnos, porque los cantantes ya nos conocen y a veces hasta nos hacen bailar. Y los animadores nos han bautizado: nos conocen como Las damas del silencio o Las chicas que no gastan en micrófonos’, agregó Viviana.