Sobre un hombro, el niño que representaba a Jesús ayer llevaba la cruz y la tomaba con las dos manos. En pleno Vía Crucis infantil, la corona de espinas, que en realidad era de tallos de un árbol, se le caía hasta la nariz y se la tenía que subir a cada rato haciendo malabares con la cruz. A ese inconveniente se sumaba otro: al final, en la escena de la estación número 14, cuando Jesús muere, el niño quedaba con el torso y las piernas desnudos mientras los que observaban la escena estaban de campera por el frío de la mañana. Unos tiritones se adueñaban del protagonista al final de la historia que se mostró ayer en la plaza de Trinidad, en Capital.
La Cruz parecía aplastar a Santiago Serpa, quien hacía de Jesús ayer. Sus piernas delgadas temblaban: "Qué actorazo", se escuchaba entre los espectadores. Pero la cruz de 2 metros no pesaba más de 4 kilos. Por su parte, el jefe de los romanos, con una barba gruesa que parecía haber gastado un corcho entero, gritaba a sus súbditos "azote, azote", mientras desenfundaba su espada que no disimulaba el cartón.
Los llantos de María Magdalena y de la Virgen María no estremecían al uniformado romano, mientras los pañuelitos de papel flameaban en sus rostros tratando de secar lágrimas por Cristo.
Ya exhausto, Jesús caía varias veces con la cruz. Sus heridas sangrantes, que estaban pintadas previamente, parecían ser más grandes. Y cuando le sacaron la túnica, se vio que los azotes tuvieron su efecto sobre la piel de Cristo, que en este caso no medía más de 1,40.
Casi al final, en el momento de la crucifixión, los romanos afirmaron a Cristo contra la cruz y con unos martillos más grandes que un puño, le clavaron las extremidades. Lo hicieron con clavos que no existían, pero que la gente ya imaginaba por ver los dientes apretados y otros gestos de dolor de Santiago.

