Cambiaron el hábito por el delantal y los quehaceres domésticos. De un día para el otro tuvieron que salir a buscar trabajo y a ingeniárselas para hacerse cargo de un hogar con siete chicos que tienen entre 8 y 14 años. Para Natalia Cappa (32) y Gabriela Vázquez (31), esta decisión no fue fácil de tomar. Pero después de un año de haber dejado de ser monjas para dedicarse a atender niños que por problemas familiares tienen que ser albergados en los hogares que dependen de la Dirección de la Niñez, Adolescencia y Familia, dicen que la nueva vida las hace más felices y que no volverían atrás. Una historia de valor y de cambio de rumbo sale a la luz hoy, que se conmemora el Día Internacional de la Mujer.

Un capricho o un llamado de Dios. Para Naty y Gaby, así las llaman los chicos del hogar, entender qué les sucedía fue un proceso que duró varios años. "Hacía el bien cómodamente. Siempre estuve cerca de los niños pero de manera transitoria y sin entender lo que significa la cotidianeidad de una familia, como si se tratase de un compromiso a medias", dice Naty, que nació en Bahía Blanca y que durante su estadía en la Congregación Religiosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Porres se conectó con Gaby, que es de Jujuy.

Por el modo en que trabaja la congregación, estas mujeres se vinculaban con instituciones que albergaban chicos que no tenían familias. Pero lo hacían de manera esporádica porque cada tanto les cambiaban el destino. "Estos niños ya traen una carga de abandono y de inestabilidad. Sentía que con mi modo de actuar les hacía más daño. Cuando nos empezábamos a conectar, tenía que irme a otra provincia", dice Naty, que pasó por Formosa, Misiones, Córdoba, Santiago del Estero y Buenos Aires.

Hoy las mujeres están al frente de uno de los hogares bosconianos que dependen de Desarrollo Humano y que está en Santa Lucía. Sus días transcurren como el de cualquier mujer sostén de hogar. Tienen que salir a trabajar, hacen la comida, limpian, planchan, ayudan a los chicos con los deberes y hasta salen a pasear los domingos. "En mi vida de religiosa nunca tuve que pensar en llegar a fin de mes con el sueldo. Tenía una movilidad para trasladarme y nunca me ocupé de los quehaceres domésticos. Ahora las cosas cambiaron. Vivo en un mundo real y siento que estoy más comprometida con mi misión que es ayudar a los niños que están abandonados o que tienen conflictos con sus familias", cuenta Naty, mientras que Gaby asegura que la decisión de cambiar de vida tuvo que ver con la vocación. "Me siento realizada como mujer y como servidora de Dios. Estoy cumpliendo mi misión y para ello tuve que cambiar el camino", dice.

Naty es psicopedagoga y da clases por la mañana en el Colegio Parroquial de Santa Lucía, mientras que Gaby es profesora de Tecnología y es quien se queda en la casa para realizar las tareas domésticas. Desde hace un año, que fue cuando dejaron los hábitos, la vida les cambió rotundamente. Esta fue una decisión que tomaron en conjunto y aseguran que no se alejaron de la religión, todo lo contrario. Ahora se sienten más cerca de Dios. Aún cuando tienen que levantarse por la madrugada, organizar el desayuno, llevar a los chicos a la escuela, preparar el almuerzo, hacer deberes y solucionar los problemas típicos de una familia compuesta por siente niños, todos varones.

"Mi vida como religiosa era más tranquila, pero creo que Dios no quiere esa tranquilidad para mí. Sé que puedo ayudar mejor sin los límites que me imponía el hábito. Me siento feliz y si tuviera que volver a tomar una decisión, sin dudas elegiría nuevamente este camino", asegura Naty, mientras que sueña con tener, algún día, su propio hogar para albergar a chicos que no tienen familia.