Lo que pasa en la montaña, en la montaña queda, dicen algunos. Pero entonces no inviten periodistas, responden otros. Resultado: gana la segunda postura. Vaya acá entonces un compendio de intimidades sucedidas en la convivencia del cruce. Las buenas, las malas, las que enojan y las que divierten. En definitiva, las que no se olvidan.

* La primera noche en el refugio Sardina, cuando ya todos estaban durmiendo, un grupo de insurrectos asaltó las carpas… cantando serenatas. Estaban coordinados por Pancho Márquez, jefe de Prensa del Gobierno, y comandados por el Rulo Arredondo, animador oficial. El embajador canadiense y su esposa saludaron sorprendidos y agradecieron. La gendarme Pamela se emocionó. La mayoría de los periodistas insultó. Los soldados chilenos prometieron represalia. Y el Gobernador, que dormía en el refugio, salió a la ventana a gritar "¡váyanse a dormir, huevones!". Al otro día, vino la venganza: muy tempranito, Gioja abrió la carpa de Márquez, lo tomó de las piernas y lo sacó a los tirones hasta dejarlo a la intemperie. "Menos mal -confesaría luego el colaborador-, creí que me iba a despertar con un baldazo de agua".

* Un momento cumbre fue el torneo de chistes verdes que se armó en la mesa de Sardina. Arredondo, lúcido como siempre. El embajador Timothy Martin, desternillado de risa. El campeón indiscutible, por el tono, ritmo, precisión y pimienta: el intendente Marcelo Lima. Y su némesis: el ministro Raúl Benítez, que arremetió con un solo chiste y se trabó en el final.

* El médico Mariano Sisterna, apodado Parca, andaba con cara larga el primer día de cabalgata, tras la llega a Trinchera de Soler. De una mula carguera había caído una mochila con equipamiento de salud y drogas para emergencias, valuado en unos 4.000 pesos. Jamás fue encontrada.

* Primero fue un rumor, luego se confirmó: un periodista acusó la desaparición de un pellón de su propiedad. Luego, otro contó que alguien le había robado una campera. A la lista se agregaron cantimploras, aperos y objetos menores. Tampoco fueron recuperados.

* Entre las chicas había mucho nerviosismo una jornada. Luego se sabría por la indignación de uno de los miembros chilenos de la comitiva: al parecer, un soldado compatriota suyo, con un poco de pisco de más encima, había dicho algo subido de tono a una de las expedicionarias argentinas. El caso no pasó a mayores.

* La predisposición del gendarme Paulino Pineda a ayudar a ensillar y encinchar, sobre todo a las chicas, puso algo celosos a sus compañeros de armas. Mientras el sargento primero se ofrecía hasta de fotógrafo, otro gendarme decía entre dientes: "Al final, acá el único que labura es el Sargento Cabral".