Los vinos de la Bodega López Peláez aún son extrañados por sus viejos clientes. Sus mistelas o vinos licorosos eran una marca registrada y durante décadas se vendieron sueltos, luego de una degustación a boca de vasija. Salvador López Peláez fue uno de los grandes bodegueros de San Juan que le dio a Concepción un sello característico, con su viejo establecimiento que aún se conserva en avenida Alem. Esta bodega nació con una particularidad, porque sus fundadores le pusieron fecha de defunción, que fue respetada a rajatabla por los sucesores.

Salvador López Peláez era un malagueño que llegó a la Argentina en 1898 y dos años después se instaló en San Juan, exportando uvas para vinificar y convirtiéndose en un grande del rubro, despachando a plaza trenes enteros cargados con uva. Pero luego decidió ampliarse y, junto a un socio italiano de apellido Beretta, fundó una modesta bodega en Trinidad, con tan buen resultado que luego adquirió otra en Capital. Al emprendimiento lo llamó Viñedos y Bodegas La Unión Latina, pero le quedaba chico para las aspiraciones de López Peláez. Así fue que vendió esos dos establecimientos y volcó el capital en un gran complejo, que instaló en las afueras de la ciudad y cerca de las estaciones de trenes. Entonces nació la Bodega Salvador López Peláez SA, en cuyo estatuto de fundación los socios determinaron que la actividad vitivinícola debía terminar el 31 de diciembre de 2000. Corría 1927 y aquella fecha sonaba tan lejana como inimaginables los adelantos tecnológicos que le deparaban a las nuevas generaciones.

La bodega tenía una superficie de dos hectáreas y contaba con toneles, fourdess y cubas de robles de origen francés de hasta 60.000 litros. Tenía además una destilería para la producción de alcohol vínico con columnas de destilación y rectificación totalmente de cobre.

Los vinos generosos (tipo español) se impusieron rápidamente en el mercado y a lo largo del tiempo mantuvo las tradicionales técnicas de elaboración. Tradicionalmente, la bodega se caracterizó por sus vinos jerez, manzanilla, oporto, mistela, blanco dulce de Solera, marsala, moscato dulce y los tradicionales blanco y tinto de mesa con un toque de maderización. Los productos se vendieron bajo distintos nombres, como La Unión Latina, Zonda, Villicum, Decano, María del Carmen o Altiplano.

La bodega soportó los terremotos de 1944 y 1977 y en su apogeo llegó a tener una capacidad de 5 millones de litros, con 105 vasijas de mampostería, 130 de madera, piletones y cisternas bajo nivel. La López Peláez estaba tan arraigada, que era común para los sanjuaninos llevar a turistas a comprar vinos allí. El 31 de diciembre de 2000, por mandato del fundador, sus sucesores cumplieron lo que estaba estipulado en el estatuto y dejó de funcionar. Los vinos fueron vendidos a granel y el complejo terminó desmantelado. La familia ofreció una cena para un reducido grupo de personas y allí regaló los últimos vinos embotellados.

Hace unos años, la bodega fue vendida a unos particulares, sin que por ahora se conozca públicamente un proyecto sobre qué pasará con el predio.