La novela de los vendedores callejeros de comida tuvo un nuevo capítulo. Y, otra vez, con un final a su favor. En esta ocasión se trata de los que venden choripanes, panchos y hamburguesas en las veredas del Hospital Rawson y de la Terminal de Omnibus, que volvieron a abrir sus puestos inmediatamente después de que Bromatología se los clausurara. Luego de tantas idas y vueltas, desde esta cartera admitieron que es "imposible erradicarlos", entonces ahora los dejarán, pero intensificarán los operativos para controlar que vendan comida en buen estado. Desde el municipio de Capital también coincidieron en que "este es un tema de nunca acabar", que obligó a regular la actividad pese a la existencia de una ordenanza que la prohibía, lo que había constituido la primera victoria de los pancheros.

Ambas veredas de la calle Estados Unidos, entre General Paz y Santa Fe, siguen llenas de humo y oliendo a frituras. Y todo indica que se mantendrán así, pese a la prohibición vigente de la venta ambulante de alimentos.

"Según el Código Alimentario Argentino esta actividad está prohibida, pero prospera como pan caliente -afirmó Raúl Tomba, titular de Bromatología, dependiente del Ministerio de Salud de la provincia-. Aunque uno clausure estos puestos, sus propietarios los vuelven a abrir, trabajando ilegalmente y, más peligroso aún, en malas condiciones de higiene. El tema es que la venta callejera de alimentos también persiste porque hay demanda. Si la gente no comiera en estos puestos, no existirían".

El funcionario dijo que, frente a esta realidad, sólo se va a controlar que los alimentos que se consumen en la calle sean saludables, por lo que intensificarán los controles de higiene y calidad. Y que se exigirá a los puesteros que trabajan en esta zona, como a todos los que trabajan en Capital, que demuestren que compraron las salchicas, chorizos y hamburguesas a un fabricante y en un local habilitado por Salud Pública (medida que Bromatología comenzó a implementar hace 2 años en Capital); que no rompan la cadena de frío de los productos (deberán mantenerlos en conservadoras con hielo comprado y no elaborado caseramente), que el vendedor haya hecho un curso de manipulación de alimentos (se dictan en forma gratuita), que presente un certificado de buena salud y que use guantes y cofia para trabajar; y que los elementos usados sean lavados con agua potable y lavandina. Son muchos menos requisitos de los que deben cumplir los vendedores callejeros de comida que tienen sus puestos en las inmediaciones del Parque de Mayo, quienes terminaron festejando cuando la Capital reguló la actividad que antes estaba prohibida por ordenanza.